El Mundo / Adelantada a su tiempo, Colita sigue siendo ultramoderna. Ahora sólo hace fotos para ella, pero sigue brujuleando por las calles con su cámara. «Hago fotos de lo que me da la gana, que tienen que ver con el día a día. Las guardo como ‘Miro lo que veo cuando salgo de paseo’. Son fotos con las que podré recordar mis últimos años», comparte.
Tras concederle el año pasado el Premio Nacional de Fotografía, al que renunció en protesta por la política cultural del Gobierno, ahora ha rebuscado en sus archivos para la exposición ‘Ojo Colita’, que se inaugura el jueves en la galería madrileña Fernández-Braso. «He hecho una selección salida de cajas polvorientas de zapatos que tenía en un rincón de mi estudio. Tengo muy pocas fotos de tiraje original». Como en la antológica que le dedicaron hace unos meses en ‘La Pedrera’, están todas las constantes temáticas de su trabajo: la mujer, el flamenco, Barcelona. Y retratos de Terenci y Ana María Moix, Jaime Gil de Biedma, Ana María Matute, Carmen Amaya y otras amistades a las que extraña. «No soy nostálgica, pero tengo dolor por los que se han ido por el camino. Amigos entrañables a los que echo mucho de menos».
Con ellos exprimió los años de la Gauche Divine en Barcelona. «Todo se ha mitificado. No éramos conscientes de estar viviendo un momento especial. Todos leíamos lo mismo, veíamos las mismas películas y nos emborrachábamos en el mismo sitio. Lo pasábamos realmente muy bien», recuerda. «Quizá yo era la más caradura. Hacía lo que me daba la gana. Toda mi vida si una cosa me ha divertido la he hecho». No hay duda.
Cuando tenía 15 años conoció a Oriol Maspons en La Garriga, donde ella veraneaba. Se hicieron amigos y aprendió a fotografiar. «Saber hacer fotos es saber mirar. Nada más que eso», apunta. Las primeras las hizo con una cámara de baquelita que le regaló su padre. «Me fascinaba retratar a mis perros y gatos, a mis tietas y que luego llegara mi padre y lo revelara. Eso era magia. Lo sigue siendo».
Empezó en el año 63 a vivir de esa afición. «He sido siempre una fotógrafa profesional que ha trabajado de encargo. Nunca he ido los fines de semana al campo para tener fotos artísticas. Cuando a mí me han encargado una cosa la he hecho y punto. En estos 50 años de trabajo ha habido de todo: desde fotografiar una fábrica de macarrones a enfermos de sida en un hospital. Sea lo que sea siempre ha sido así». Ahora ya no acepta encargos. «Si hay algo de lo que presumo es que me he ganado la vida como fotógrafa. Es de lo que más satisfecha estoy: de haber podido pagar las facturas con esto y haberme divertido mucho».
Sigue divirtiéndose, disfrutando de lecturas, películas y amistades estimulantes. «Ahora tengo 75 años y estoy rodeada de gente de otra generación, de 50 o 60 años. Esta gente joven a mí me llena de interés, de fuerza, de ganas». Y, de vez en cuando, un subidón. «La vida no para. Cuando piensas que ya nada va a tener interés va y resulta que pasa lo que pasa. Mira Ada Colau. Ahora me estoy divirtiendo mucho». Al igual que en los 70 iba a manifestaciones feministas, la calle sigue tirándole. «Cuando pasó lo de la Plaza de Cataluña y los indignados estaba postrada en la cama con las rodillas recién infiltradas, pero cogí un bastón y me fui a vivirlo todo. No podía dejar de ir, no podía evitar ir a ver qué estaba pasando. Eso sí, cuando la poli empezó a atizar me tuve que retirar. Ahora ya no puedo correr».
No esperaba el Premio Nacional de Fotografía. «Siempre esperé que se lo dieran antes a Leopoldo Pomés, que le tocaba por edad y por trayectoria y por todo lo demás, y a Oriol Maspons, por descontado, que se murió sin que se lo dieran». Rechazarlo no fue un arrebato, reflexionó su decisión. «Al jurado se lo agradeceré eternamente. El premio es mío porque me lo dio un jurado absolutamente esplendoroso y lleno de talento que después de discutir me lo dio a mí. Por eso considero que el premio es mío. Ahora, la foto con la banda El Empastre no la quería. No quería saber nada de ellos. Yo no quiero nada de esta gente, en absoluto. Así vivo muy tranquila».
Tiene cuatro gatos en casa. Hoy lleva una camiseta y un bolso con gatos. «Los amigos han empezado a regalarme todo tipo de cosas que llevan gatos. Me gustan mucho. Tengo muchas camisetas y este bolso me lo regaló un amigo de Facebook«, revela. Está enganchada a la red social. «Es un instrumento muy divertido para comunicarme con gente y para estar informada. El amor a Facebook tiene que ver con mis rodillas, con mi reuma. Yo, que he sido correcaminos y subefarolas, ahora llevo una vida más sedentaria».
Siempre ha vivido en Barcelona. No ha sido muy viajera. «A mí en Mongolia no se me ha perdido nada. Prefiero ir a hacerme una paella a La Barceloneta. He viajado por Latinoamérica y he conocido las grandes capitales como Nueva York y París, pero nunca me ha dado por viajar y viajar como a otros fotógrafos».
Colita, Isabel Steva para cosas administrativas, es una mujer cálida, tan admirada como querida. «Me siento la persona más afortunada que ha parido madre en este mundo mundial. Afortunada por la familia que he tenido, por la profesión de la que he podido vivir, por el reconocimiento de la gente…Yo no nací con un pan debajo del brazo. Yo nací con una coca de Sant Joan con piñones, pasas y cerezas en almíbar».