Recientemente se descubrió la obra de la fotógrafa francesa Vivian Maier.  Migró primero a Nueva York en los años ’20, y posteriormente a Chicago, donde trabajó siempre como niñera.

Lo curioso de esta historia es que mantuvo guardados más de 40,000 negativos de su Rolleiflex en cajas durante toda su vida, sin compartirlos nunca con nadie, y que al morir, quedaron olvidados y ajenos al resto del mundo. Pero finalmente, como no podía ser de otra manera, vieron la luz en 2007. El fotógrafo John Maloof descubrió su obra de pura casualidad en una tienda de antigüedades y subastas. Hubo un gran revuelo y excitación con este hallazgo, y pronto se la empezó a etiquetar como una de las grandes “street-photographers” de su generación, equiparándola a Robert Doisneau y Henry Cartier-Bresson.

No podemos negar la calidad de sus fotografías cándidas, y retratos de calle. Pero si hay algo que empecé a cuestionarme con todo este asunto fue, ¿qué es ser fotógrafo, realmente?, ¿cuándo se convierte uno en fotógrafo?“.

Me cuesta llegar a una conclusión o respuesta clara. Me pregunto, de no haber tenido el reconocimiento mundial que ahora tiene, y nos hubieran enseñado estas mismas fotografías en casa de nuestra abuela y dicho que eran de nuestra niñera, ¿la habríamos valorado de la misma manera? ¿Le  habríamos quitado importancia, o le hubiéramos dedicado el mismo tiempo y atención?

¿Para ser fotógrafo, entonces, no hace falta, necesariamente, vivir de la fotografía? ¿Puede uno tener otra profesión, y sin embargo, ser un extraordinario fotógrafo? Me gustaría creer que sí, que se puede. Vivian Maier es sólo la punta del ice-berg en este aspecto porque hay muchísimos otros ejemplos de estas “dobles-vidas”, de gente apasionada que desarrolla, paralelamente a su profesión, su trabajo personal fotográfico. ¿O es que, acaso, sólo es fotógrafo quien vive exclusivamente de la fotografía?

Otra cosa que me fascina sobre ella es que no enseñara nunca sus fotografías. Es una forma de entenderlas radicalmente diferente a la actual. Hoy en día existen todo tipo de plataformas virtuales donde poder mostrar nuestro trabajo, y por regla general, nos morimos de ganas por compartir la foto del día (mediante Instagram, por ejemplo). Mismamente, si estoy contento con una toma, lo primero que pienso es en enseñársela a la gente que me rodea, a compañeros y familiares. A veces puedo esperar unos meses para mostrar sólo las mejores, pero por norma general, no puedo aguantar más que unos pocos días. Cuando me topé con esta historia, recuerdo plantearme cómo sería fotografiar sólo para mí hasta ese mismísimo extremo, sin más pretensión que eso, por el disfrute y amor al acto de fotografiar. La sencillez de la idea me resulta todavía difícil de entender. ¿Y nada más, ahí acaba todo? Imagínense, por un segundo, que no podemos enseñar nunca más nuestras fotos. ¿No hay un lado que nos dice, “entonces, ¿para qué?”?.

Quizás ser fotógrafo sea una forma de vida, una manera de entender el mundo. Quizás se es fotógrafo cuando nos obsesionamos con la fotografía, cuando nuestro bagaje cultural, visual y estético cumple ciertos requisitos, lo mismo que nuestra destreza técnica. O quizás se es fotógrafo cuando se vive de ello…

En cualquier caso, Maier nos plantea interesantes cuestiones que cada uno habrá de responder por sí mismo, y acorde a sus prioridades y experiencias.
SALES DE PLATA

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