Madrid, 29 oct (EFE).-Testigo excepcional del horror y la belleza del mundo contemporáneo, el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado ocupa el lugar del retratado en el documental «La sal de la tierra», dirigido conjuntamente por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado.
Premiada en los festivales de Cannes y San Sebastián, la película que llega ahora a las salas de cine españolas ofrece una «doble puerta de entrada» al universo de Salgado, según explicó a Efe su hijo y codirector del filme.
«Por un lado está Wim, el adivinador, el hombre que quería encontrar a Sebastián el artista. Y, por otro lado, yo, buscando acercarme algo más a mi padre y ofreciendo lo que he vivido con él», resumió el cineasta, de 38 años.
Además de un compendio de sus mejores fotografías realizadas a lo largo de cuatro décadas en sus viajes por los cinco continentes, «La sal de la tierra» permite ver y escuchar a un gran aventurero y entender por qué hubo un momento en que casi pierde la esperanza en el ser humano.
Fue después de hacer documentado las condiciones infernales de trabajo en las minas de Indonesia o el drama de la pesca tradicional en Sicilia en su serie «Trabajadores» (1993), y después de haber golpeado en el estómago al espectador con su visión del drama de los refugiados en «Éxodos» (2000).
Pero fue su propio estómago el que no pudo asimilar más miserias humanas después de presenciar el genocidio de Ruanda, hasta el punto de que abandonó durante un tiempo la fotografía y se refugió en su residencia familiar, en un valle del Amazonas.
«Lo que le pasó después de Ruanda fue muy dramático», dice su hijo. «Sebastiao ha sido testigo de primera fila de un mundo muy duro. Pero detrás de aquello había también un mensaje de mucha esperanza, porque la forma en que él vivió su transformación fue muy positiva».
Y es que, durante ese reposo, el fotógrafo, Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1998, junto a su esposa, Lelia Deluiz, comenzó a plantar árboles para paliar la deforestación de la selva amazónica y acabó fundando el Instituto Terra, un recinto de 17.000 acres que repobló con más de 2,5 millones de árboles.
«Es algo increíble, yo no me lo creía. Cuando empezó con eso, yo tenía unos 25 años y pensaba que era una broma. Ahora, cuando lo ves, es algo estupendo», subraya Ribeiro, que hace hincapié -y así lo refleja el documental- en la importancia del papel de su madre.
«El artista Sebastiao Salgado son dos personas: Sebastiao y Lelia. Ella nunca aparece, pero es importantísima en la carrera de Sebastiao. Han pensado juntos los conceptos de sus trabajos, le ayuda a escoger fotografías, reseña los libros y las exposiciones. Los dos juntos hacen un fuerza increíble, nada los para», dice.
Fue así como el fotógrafo recuperó su inspiración. Su siguiente gran proyecto, «Génesis», el último hasta la fecha, fue una carta de amor a la naturaleza y a los territorios que aún permanecen vírgenes, alrededor del 56 % del planeta.
La idea del propio Salgado de hacer un documental con esas imágenes fue uno de los orígenes de «La sal de la tierra».
«Le pidió consejo a Wenders, a quien conocía por amigos en común y que a su vez llevaba tiempo queriendo hacer una película sobre Sebastiao. Así empezó la relación», cuenta Ribeiro.
«Al mismo tiempo, yo me fui con mi padre, en nuestro primer viaje juntos, a visitar a la tribu brasileña de los zoe, que viven de forma reservada», prosigue. «Filmé a Sebastiao allí y, cuando él vio las imágenes, se emocionó mucho».
De modo que la película acabó siendo también la historia del acercamiento del hijo al padre, tras una infancia y adolescencia marcada por sus largas ausencias.
«Hace cinco años, mi padre y yo teníamos una relación buena pero distante: un eufemismo -apostilla él mismo-. A raíz de este proyecto, al pasar más tiempo juntos, hubo un momento en que yo cambié mi mirada y logré entender la motivación de sus viajes».
«En ese momento sentí que había descubierto algo. Para mí, esta película supone el paso definitivo para convertirme en el adulto que soy», explica el director.