El País / Para el cazador de imágenes Eikoh Hosoe, “el jazz es lo máximo a lo que puede aspirar un fotógrafo, quien es capaz de hacer una buena foto de jazz es capaz de fotografiar lo que sea”; y lo corrobora el trompetista Wadada Leo Smith: “La fotografía de jazz es un género en sí mismo. Podría decirse que sin fotos no habría jazz, y viceversa”.
El madrileño Círculo de Bellas Artes exhibe una cuidada selección de la obra de los maestros de la fotografía de jazz (hasta el 24 de enero); de William Gottlieb a Herman Leonard y de Herb Snitzer a Esther Bubley, pasando por Art Kane, Francis Wolf o Chuck Stewart… 186 instantáneas en glorioso blanco y negro nacidas, como el mismo jazz, en forma de arrebato apasionado e imprevisible: “Uno no tiene consciencia de estar haciendo nada especial cuando está haciendo una foto, hasta que llega alguien y le llama artista”, comentaba William Claxton, el considerado fotógrafo oficial de Chet Baker, a su paso por Madrid, en 2005, “hasta que llega alguien y le llama artista”, añade Claxton.
Jazz jazz jazz es la crónica visual de la edad de oro del género musical que es, también, la del arte fotográfico. Por las paredes inmaculadas de la Sala Goya del Círculo de Bellas Artes desfilan los rostros de Miles Davis y Thelonious Monk, de Duke Ellington y Louis Armstrong, de Chet Baker y Billie Holiday… imágenes añejas nacidas para perdurar en la memoria.
La mayoría fueron realizadas a pie de escenario o en el estudio de grabación. Penumbras, miradas perdidas, y humo. Mucho humo en un tiempo en el que, cuando el fotógrafo sacaba su Leica de doble objetivo para retratar al gran Dexter Gordon, no había quien le mandara apagar el cigarrillo por mor de la legislación vigente. Era otra época, la de los clubes de jazz.
La mirada de Jorge Pardo —mejor músico de jazz europeo en 2013— se detiene en el gesto cansado de John Coltrane durante una pausa de la grabación de Kind of Blue: “Me pregunto qué opinarían todos ellos si pudieran ver cómo en el año 2015, en Madrid, se rinde homenaje a su legado, que no son los discos ni las notas, sino la pasión por la expresión sincera, libre y espontánea; algo que compartimos todos los músicos de jazz a lo largo de todo el mundo”.
Más allá del valor artístico de las imágenes, Jazz jazz jazz pretende ser “una celebración de la vida en la que prima el valor documental de las imágenes”, en palabras de su comisario, Jorge Mara. La muestra es una versión ampliada de la que pudo verse hace dos años en Buenos Aires. Dispuesta por instrumentos, constituye un auténtico quién es quién del jazz desde los comienzos del género hasta la década de los sesenta. Las imágenes se muestran en reproducciones fidedignas a pequeño formato. Mara explica la ausencia de fotógrafos españoles por motivos operativos: “Una exposición como esta incluye tanto como lo que excluye”, dice.
La exposición incluye una selección de los dibujos y acuarelas de Hemegildo Sábat (Montevideo, 1933), autor de varios libros sobre el tema. El contraste no puede ser más abrupto. Las imágenes de Sábat nos hablan de un jazz en technicolor. En ellos no falta el punto gamberro. El ilustre pintor recurre a una fotografía promocional de Jelly Roll Morton para ofrecernos su punto de vista sobre el primer músico de jazz de la historia. En su versión, los músicos de la orquesta han sido sustituidos por un ejército de odaliscas en toplessentradas en carnes. En medio de todas ellas, el maestro luce su “rollo de jalea” en lugar bien visible. Algo que, por cierto, no estaba en la fotografía original. Lo que se dice una licencia poética.