Miguel-GuzmanEl País / No hace mucho, apenas una década, los mejores edificios se retrataban aislados, recortados, inhabitados, desnudos y sin amueblar. Tan inmaculados como difíciles de creer, parecían caídos del cielo. ¿Habían nacido para ser intocables? ¿Para empezar a morir tras la inauguración? ¿O para comenzar a vivir habitados y en uso? En estos lustros la arquitectura ha cambiado tanto como la manera de fotografiarla. Y el arquitecto-fotógrafo Miguel de Guzmán ha retratado ese cambio con su trabajo, resumido en las 42 imágenes del libro Miguel de Guzmán Fotografía de Arquitectura. Merece la pena darse un paseo por él. Retrata el tiempo del pelotazo y hay poca burbuja entre las obras fotografiadas por De Guzmán.

Curiosamente Miguel de Guzmán se acerca a la arquitectura más como el que la usa y como el que la hace que como el que la mira. No es asombro lo que busca comunicar: es narración, secuencia, vida. Y lo logra, fundamentalmente, habitando los edificios, fotografiando su uso más que su presencia intocable, asentándolos también en un contexto, dando tanta importancia al ruido vecino, al caos urbano que la rodea, como a la geometría del inmueble, encontrando humor en lo bucólico, vida en los parajes solitarios y tranquilidad en medio de una inmensa actividad.

Así, las vacas del primer plano miran a la cámara y ésta salta por encima de una barricada de viviendas pareadas para hacer coincidir la linterna de la cúpula central del monasterio de El Escorial con la cima del monte que hay tras él. No parece una fotografía de arquitectura actual. Pero en medio, hacia la izquierda, la marca blanca del Auditorio de Picado y De Blas se suma al lugar como una capa de tiempo más.

En Dilbeek, Bélgica, una mujer en bicicleta abandona el bosque para verse reflejada entre los árboles que ha dejado atrás en la fachada de la Academia de Música de Carlos Arroyo.

En Madrid, el interior del stand municipal que Olga Sanina y Marcelo Dantas idearon para la feria del libro de 2008 recuerda al vientre de la ballena en el que Pinocho reencontró a Gepetto. La foto asegura que el material del pabellón es papel. Y un señor, apoyado en un paraguas, lo pone en duda.

El señor no está solo. En la casa Tupperware, que Andrés Jaque diseñó en Madrid, no hay uno sino ocho niños, inquietantemente parecidos, utilizando cada rincón de la vivienda. No hay mayor exposición que la de someterse a la curiosidad de un niño. Guzmán y Jaque trabajan aquí juntos, indicando la voluntad de uso por encima de la de contemplación. La arquitectura es otra.

Las obras, los detalles, las coincidencias y los desencuentros, todo eso cuenta un buen reportaje fotográfico. Pero la llegada del usuario y el asentamiento del edificio en la ciudad son conquistas que no deberían tener vuelta a atrás. Un retrato como el De Guzmán de la arquitectura es, naturalmente, tanto reivindicación como documento. Su propia vivienda, en El Espinar (Segovia), invadida por amigos y en aparente construcción, tiene así el valor de un manifiesto.

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