E. Gancedo. DL Los Pallarés. Los Álvarez Carballo. Los Fernández Llamazares. Los González del Ron. Los Gómez Barthe. Los Suárez Uriarte. Los Lescún. La élite de la burguesía leonesa, las familias que llevaban las riendas económicas de la ciudad y provincia, y cuyos miembros se repartían de forma mayoritaria los más destacados puestos políticos y administrativos, configuraban una intrincadísima telaraña de cientos de nudos hechos a base de matrimonio y negocio. 25 años le ha llevado a Francisco Javier González Fernández-Llamazares recomponer pacientemente esas relaciones y el resultado, adobado con más de un centenar de imágenes (inéditas en un 95%), es Crónicas de la burguesía leonesa, que presentará la editorial Eolas en tres semanas.

Al autor le movió sobre todo un impulso, el de que esta tierra «necesita conocer esas relaciones» de manera lo más fiel posible, y quién mejor que un miembro de una de esas familias —los Fernández-Llamazares, impulsores de una banca nacida en León en el XIX— para mostrarlas en 300 páginas. «El cúmulo de datos inexactos que sobre estas sagas aparecen en libros, estudios y periódicos, al copiarse los autores unos a otros, es muy grande», asegura con firmeza, pero también asombrado de que las propias familias «no se defiendan». Y es que González Fernández-Llamazares cuenta con el raro privilegio de tener libre acceso a archivos privados, los de las familias citadas y también el de la suya, del que lleva veinte años haciéndose cargo y donando parte a instituciones como el Archivo Histórico o la Fundación Sierra Pambley.

Además de todos esos nexos y de fotografías históricas que ponen rostro a gentes como Pedro Fernández Llamazares, bisabuelo del autor, que fue presidente de la Diputación y que desapareció de la escena política en 1936, o como Ricardo Becker Katzenmaier, vicecónsul de Alemania en León, el libro Crónicas de la burguesía leonesa se centra especialmente en los tristes días del más inmediato comienzo de la Guerra Civil. «La burguesía, entonces, tenía conciencia de clase, pero no conciencia política. Eso lo dejaban para lo último. Por ejemplo, los Pallarés eran muy republicanos pero contaban con cartas de recomendación de Eduardo Dato, líder de la derecha», explica el autor, advirtiendo en todo caso de la gran «heterogeneidad» de este colectivo. Errores repetidos como que Santiago Pallarés Berjón habría sido fusilado —no lo fue— o la fecha de entrada del propio Victoriano Crémer en el campo de concentración de San Marcos —él escribió que había sido el 25 de julio, Javier tiene pruebas de que fue el 18 de agosto— son otros ejemplos de que toda esta intrahistoria ha de ser «revisada y cotejada a la luz de los documentos».

Ejemplo de la conciencia de clase de este grupo social es la amplísima campaña a favor del alcalde Miguel Castaño, en la que participó hasta el obispo Álvarez Miranda; pero el libro también pone cara y nombre a la persona que autorizó la represión contra las autoridades republicanas, Luis Medina Montoro, director general de Orden Público, quien recibió la visita del general Romero Basart para que «no le temblara el pulso» ante la campaña ciudadana contra el fusilamiento a Castaño… cosa que al final, como todo el mundo sabe, no se pudo impedir. Fueron sobre todo los militares, en un plan muy bien fijado, y no los políticos, los responsables de la represión, argumenta.

«Si en todas las provincias se hicieran libros como éste —concluye—, nos haríamos una idea más precisa de la complejidad de la guerra, algo que va más allá de izquierdas o derechas».

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