La exposición «After Álvarez Bravo: Fotografía Mexicana Ahorita» propone un recorrido por la fotografía mexicanade los últimos treinta años, a través de 79 imágenes de diecisiete autores, que se pueden contemplar en el madrileño Museo de América.
La intención del comisario de la muestra, el también fotógrafo René Escalante, ha sido «hacer converger fotógrafos de varias generaciones, nacidos desde los años 60 hasta los 80, para que dialoguen entre ellos, mostrando así una coherencia independientemente de a que época pertenezcan».
Según comentó Escalante, la imagen que generalmente se da es que las diferentes generaciones de autores mexicanos «están peleados, pero eso no es así», como puede verse en la exposición, incluida en el programa dePhotoEspaña 2013, «en la que por primera vez después de muchos años se reúne a un número tan amplio de fotógrafos mexicanos».
La referencia en el título de la exposición al gran maestro Manuel Álvarez Bravo, considerado como el padre de la fotografía mexicana, se debe a que «todos tenemos un referente en él.
Nuestros maestros han sido sus discípulos. Además, a partir de él, hemos tendido a experimentar más, y eso es lo que he querido plasmar con los artistas y las obras seleccionadas una por una».
La intención de René Escalante con este proyecto personal, para el que no ha contado con ninguna subvención, ha sido también mostrar los mundos interiores de cada uno de los autores «huyendo de esos yugos que nos tenemos que ir quitando los mexicanos. Existe una realidad que merece la pena ser mencionada, pero no todo se basa en ella».
En un recorrido lleno de color, se puede apreciar gran variedad de estilos, desde los más documentales hasta los conceptuales y, aunque no hay muchos puntos en común entre los fotógrafos seleccionados, sí existen coincidencias.
Una de ellas es la que se refiere al origen geográfico de los autores, como ocurre con los que proceden del norte del país. Entre estos se encuentra Javier Ramírez, «un fotógrafo de referencia en México» que pertenece a los llamados «matorralistas, ya que casi todos tienden a fotografiar matorrales».
En la muestra se exhiben cinco imágenes pertenecientes a la serie «Tara», en referencia a la película Lo que el viento se llevó, realizadas por este fotógrafo nacido en Hermosillo, «autor muy interesante con un trasfondo teórico importante» , según el comisario.
También procedentes del norte del país son Miguel Fernández y Alfredo de Stéfano, con unas obras en las, con miradas muy diferentes, los desiertos son los protagonistas.
En el recorrido se puede contemplar también la obra de varios artistas que trabajan interviniendo o creando una obra o situación que luego fotografían.
Así, César López interviene en los espacios olvidados, en casas deshabitadas «donde pone un trozo de su vida particular y crea una instalación que luego fotografía».
Con planteamientos similares, «una tendencia actual encaminada a crear algo y luego tomar fotos de ello», comentó el comisario, se encuentra Alejandra Laviada, quien crea esculturas y composiciones que luego retrata, o Daniela Edburg, autora de situaciones en las que siempre está presente el punto que ella misma teje.
Radicalmente diferente es la propuesta documental de Alejandro Cartagena, formada por seis imágenes pertenecientes a una amplia serie en la que, desde un puente de Monterrey, ha fotografiado a los trabajadores que van y vuelven en camiones descubiertos.
Especialmente creados para esta exposición, de Ernesto Muñiz se muestran tres collages formados con imágenes religiosas. «Es una propuesta visual fantástica que rompe con la hegemonía de la fotografía en sí misma», según el comisario, cuyo trabajo está también presente en la muestra con el nombre de Diamonds Land, colectivo formado por René Escalante y Paolo Tagliolini.
Las imágenes del colectivo afincado en España desde hace años pertenecen al proyecto Compro y hacen referencia «con sarcasmo e ironía a todo lo que se gasta mal en el mundo, en la economía y en la política».
Otro de los autores presentes en la exposición, que trabaja en España desde hace años, es Gustavo Salinas. La falta de zonas verdes en Tijuana, su lugar de origen, ha marcado la serie que se exhibe, formada por imágenes que reflejan «las diferentes formas en que la gente descansa tirada en el césped y muestran su parte más soñadora».
Salinas dejó su ciudad, ya que a diferencia de algunos de sus compañeros «para mí no eran enriquecedoras las imágenes de violencia. Me gusta fotografiar la calle, y allí no me estimulaba ni podía; me interesa la vida cotidiana», comentó el artista, que actualmente trabaja en un gran proyecto en el que la madrileña calle de Alcalá es la protagonista.