XL Semanal / Es el gran maestro de la fotografía española. Un clásico que en los años cincuenta y sesenta revolucionó el periodismo gráfico en nuestro país. A sus 83 años, ya no hace fotos, pero no para de exponerlas. Desde que en 2004 recibiera el Premio Nacional, su trabajo se ha revalorizado y es todo un referente. Hablamos con él de su trayectoria y lo desafiamos a que elija a los otros genios de la fotografía del siglo XX.
Leica asoma detrás de Ramón Masats, entre curioso y desconfiado. Es un gato negro, uno de los varios que tiene y ha tenido el fotógrafo. Que le hayan puesto el nombre de la cámara mítica se antoja inevitable, aunque suene a nombre ‘de chica’. «No creo que a él le importe», dice Masats.Leica nos acompañará toda la entrevista, a cierta distancia, en este modesto piso de Ciudad Lineal donde vive el maestro de la fotografía española.
Llegó a Madrid con 27 años, pero todavía no ha perdido el acento de su Barcelona natal ni la fina ironía que, asegura, «viene de fábrica» con el hecho de ser catalán. Expone ahora por partida doble en PhotoEspaña, donde además ha sido premiado por «su papel en la modernización de la fotografía española, por la capacidad narrativa de su trabajo y por su influencia en posteriores generaciones de fotógrafos». Sobre esto último, él lo tiene claro: nada de nostalgia. «Hay fotógrafos jóvenes que son una maravilla; el problema es que no se ven».
XLSemanal. ¿A qué se debe esta invisibilidad?
Ramón Masats. Los fotógrafos españoles hemos tenido siempre el defecto de ser muy caseros, no nos ha interesado exponer en el extranjero, movernos. Un error. España es un país muy visual, con gente muy creativa. Los pintores sí han sabido venderse, han ido a París, a Nueva York, pero los fotógrafos no hicimos lo mismo. Y siguen sin hacerlo.
XL. ¿No valoraban entonces su trabajo?
R.M. No había galerías, no había interés por la fotografía. Pero nosotros sí valorábamos nuestro trabajo. Vamos, cada uno creía que sus fotos eran muy buenas [ríe]. Fue por desidia. Nos bastaba con ir tirando, con funcionar aquí.
XL. Quizá también se explica porque ustedes empezaron haciendo reportaje y no fotografía artística.
R.M. El reportaje siempre ha sido poco valorado, es cierto, se consideraba algo comercial. Y ahora ya ni le cuento…
XL. ¿Qué buscaban o buscaba usted con el reportaje? Además de ganarse la vida, claro.
R.M. Contar la vida. Mi ilusión era retratar la época. Y hacerlo con una foto. Nosotros, los de mi época, hacíamos una foto, no un tema. Ahora hacen unas tesis… [sonríe con sorna]. Vamos, que hacen unas fotos más bien mediocres y luego se explican bastante bien.
XL. ¿Habla usted de la fotografía conceptual?
R.M. Sí. De esas fotos que requieren una explicación y que para mí, en muchos casos, son incomprensibles… incluso con explicación.
XL. ¿Y qué considera usted que es una buena foto?
R.M. La que te satisfaga a ti y que satisfaga a quien la ve.
XL. Hombre, ya, pero eso de la satisfacción es un poco amplio y muy subjetivo, ¿no?
R.M. En la fotografía, como en todo, lo importante es la honestidad. Que la mirada del fotógrafo se muestre como es. Y, luego, que cause una emoción.
XL. Usted define su propia fotografía como muy intuitiva.
R.M. Absolutamente. Yo he trabajado siempre por intuición. Yo no salía con una historia o una idea concretas en la cabeza. Me dejaba llevar.
XL. Sin embargo, sí hay ciertas constantes en su trabajo, como su reincidencia en fotografiar ciertos tópicos nacionales. ¿Por qué esa atracción?
R.M. Porque es muy difícil hacer buenas fotos de un tópico. Se hacen tantas fotografías mediocres de los tópicos que la tentación es hacer fotos distintas. Es un reto para uno mismo. Para mí lo era.
XL. También muestra un claro interés por las personas, incluso cuando ya no fotografiaba gente…
R.M. Últimamente, aparte de cambiar al color, no fotografiaba personas; es verdad. Pero siempre me ha interesado el hombre. Me fijaba en obras que el hombre ha hecho sin ser consciente de que estaba haciendo arte.
XL. ¿Eso le ha pasado a usted mismo: haber hecho arte sin ser consciente de ello?
R.M. No, yo siempre he sido consciente de lo que hacía [ríe]. Yo me podía equivocar, creer que había hecho una buena foto y luego en el laboratorio decir: «¡Qué burro eres, qué mala es esa foto!». Lo que solo me habrá pasado una o dos veces en la vida es que haya descubierto una buena fotografía en el laboratorio.
XL. Contó durante mucho tiempo que se hizo fotógrafo porque le tocó una cámara en una tómbola, pero hace poco supimos que no fue así…
R.M. No, esa era una bonita historia, pero no fue así. Compré la cámara con el dinero que le sisaba a mi padre. Pero en casa dije que me había tocado en una tómbola. La compré cuando estaba haciendo la mili porque había visto una revista, Arte y Fotografía, y me interesó aquello. Yo dibujaba un poquito y leía mucho, y quise probar la fotografía. Pero en vida de mi padre no podía decir que le cogía dinero; no le habría gustado nada. No nos llevábamos bien.
XL. ¿A qué se dedicaba su padre?
R.M. A la pesca salada; a vender bacalao, sardinas… Yo trabajé en eso también de los 16 a los 27, que me vine a Madrid. Cuando fui a Pamplona a hacer el reportaje de los sanfermines, todavía era aficionado. Al volver, en Barcelona, nos reunimos los amigos y dije: «Yo no me entiendo con mi padre, me quiero ir, quiero ser fotógrafo». Y me contestaron que muy bien, pero que en Barcelona había muchos fotógrafos y a ver si les iba a hacer la competencia… [ríe]. Y, entonces, Oriol Maspons, que ha sido una persona importantísima para la fotografía española, me consiguió una cita con el director de la Gaceta Ilustrada en Madrid. Le gustaron mis fotos y me dio trabajo aquí. No fijo. Yo nunca he querido ser fijo de nada.
XL. La formación fotográfica en aquella época era autodidacta. Se formaban entre ustedes, ¿no?
R.M. Sí, aquello era absolutamente autodidacta. Nos reuníamos y dábamos nuestra opinión sobre las fotos de los compañeros. Y charlábamos y discutíamos sobre fotografía. Aunque yo creo que el fotógrafo de reportaje, nace. Debes tener un instinto especial.
XL. Esos amigos formaron grupos como La Palangana, ahora reivindicado como detonador de la fotografía moderna en España.
R.M. Bueno, la verdad es que nos juntábamos más para tomar vinos que para hacer fotos. Ahora se está valorando mucho ese trabajo, pero no era nuestra intención ser una escuela ni nada. Lo único que queríamos era hacer buenas fotos. Y éramos muy independientes. A veces íbamos a algún pueblo juntos, pero desayunábamos y luego cada uno iba por su lado. Como los cazadores: «¿Qué tal te ha ido? Bueno, creo que tengo un par de ellas buenas…». Y así.
XL. A pesar de las ventajas tecnológicas de hoy en día, parece que entonces era más fácil ‘salir a cazar fotos’ y sobre todo retratar gente.
R.M. ¡Mucho más! Es que ahora la gente se ha dado cuenta de que tiene derecho sobre su imagen. Entonces, ni nosotros ni los retratados éramos conscientes de ello. Pero la gente tiene todo el derecho a saber qué haces con su imagen. La fotografía que hacíamos nosotros ahora no sé si sería posible.
XL. Y usted ¿no tuvo nunca la tentación de cubrir otros países, incluso de hacerse reportero de guerra, que tuvo en un momento tanto prestigio?
R.M. Una vez, me mandó la revista para que fuera con un escritor a la guerra de Argelia, pero no conseguimos un barco ni nada que nos llevara. Fue un intento frustrado y no hubo más. No tuve interés, la verdad. Yo me he movido poco de España. He hecho siempre lo mismo: ver, sentir y expresar mi punto de vista. Y eso lo podía hacer aquí.
XL. Hace 12 años que no hace fotos, ¿no lo echa de menos?
R.M. En absoluto. Me compré una cámara digital para que mi mujer saque fotos de la familia, de los gatos… pero aquella pasión que yo tenía por la fotografía desapareció y no ha vuelto.
XL. Es curioso, después de 60 años haciendo fotos…
R.M. Es así. Me desenamoré. Y se acabó.
XL. ¿Y a qué dedica ahora el tiempo libre?
R.M. A leer. Siempre he sido, más que un lector, un gran leedor. Ahora leo cuentos porque una obra larga, cuando la cojo al día siguiente, me tengo que ir cinco páginas atrás… para recordar.
XL. Usted no es de los que creen que una imagen valga más que mil palabras…
R.M. Es que eso no es así. Si yo le digo a un grupo de personas la palabra ‘puerta’, cada uno pensará en una puerta distinta. Es la imaginación. En cambio, si les muestro una foto de una puerta, les recordará una cosa o la otra, pero es esa puerta lo que ven. La palabra te permite crear veinte puertas, tantas como personas. Generan más imágenes las palabras que las fotos.
XL. ¿Qué le diría a un fotógrafo que empieza?
R.M. Que lo deje.
XL. Eso será broma…
R.M. Sí y no. Si uno tiene el ímpetu de hacer fotografía, no podrá dejar de hacerlo, le digan lo que le digan, y saldrá adelante, además. Pero ahora está muy difícil. Era mucho más fácil ganarse la vida como fotógrafo en mi época. Así que si no sientes de verdad ese impulso, déjalo.