Quesabesde / Nacido en Barcelona a principios de los 90, Guillem Trius lleva varios años ejerciendo de fotoperiodista y realizador de documentales en países como Francia, Gambia, Reino Unido y Etiopía, que visitó en 2015 para caminar junto a los nómadas afar por el desierto de Danakil. Recientemente ha documentado la crisis de los refugiados en Europa, y sus trabajos han ilustrado las páginas de La Vanguardia y el diario Ara.
Guillem Trius
Esta fotografía la hice en la depresión de Danakil, en Etiopía. Forma parte de un reportaje que hice el pasado mes de abril en este maravilloso país africano. El desierto de Danakil es un lugar de paisajes anormales y extraños. Desciende desde la frontera entre Etiopía y Eritrea hasta llegar al pequeño país de Yibuti, y es una de las zonas más calurosas de la Tierra.
Allí la tierra arde sin tregua y el propio aire abrasa más que el sol. Se registran temperaturas de entre 50 y 60 grados, y las precipitaciones son muy escasas: 120 litros por metro cuadrado anuales. En la depresión de Danakil se encuentra el punto más bajo de todo el continente africano: 157 metros por debajo del nivel del mar. La fotografía fue tomada en el lago Assale, un lago de sal y agua caliente que decora el paisaje apocalíptico de esta tierra sentenciada.
La instantánea forma parte del reportaje ‘La última caravana de sal’, que sigue a los nómadas afar y a sus caravanas de sal por el desierto hasta el altiplano etíope. La zona de Danakil está considerada como una zona peligrosa. Tres guerras en los últimos 30 años entre Eritrea y Etiopía han obligado a cerrar la frontera entre estos dos países.
Para acceder a esta zona en conflicto fui acompañado del ejército etíope. Hay que pedir permiso a las guerrillas afar que controlan el territorio. Está totalmente prohibido cruzar la frontera con Eritrea por este desierto. En la foto aparecen dos soldados del ejército etíope, que me acompañaron en los días que estuve fotografiando a los nómadas afar cruzando la depresión. En un momento los soldados aprovecharon para limpiar sus botas en el lago. Yo estaba mirando la puesta de sol que se ponía por el lugar opuesto cuando de repente me giré y tomé esta foto.
La verdad es que fue un momento totalmente improvisado. Recuerdo que me llamó la atención el reflejo de los soldados en el lago de sal, el efecto del cielo que parecía juntarse con la tierra y el horizonte que se difuminaba entre la ambigüedad creada por tonos de un mismo color. Cuando veo esta imagen me acuerdo de cómo contrastaban los verdes uniformes militares con ese paisaje lunar y apocalíptico. Recuerdo las conversaciones con esa gente y cómo les impresionó que les enseñara la foto una vez ya en el coche.
Para mí la fotografía es una forma de acercar partes de realidad, de trasladar momentos en el espacio-tiempo. Una vez alguien ha visto y recuerda tu fotografía, esta se vuelve casi inmortal, perdura en la memoria del sujeto.
Pero lo que convierte a una fotografía en inmortal es cuando consigue permanecer en el imaginario colectivo de una sociedad y se vuelve un icono. Ese, para mí, es el mayor estado que una fotografía puede alcanzar: la inmortalidad. Y es que la mente no guarda películas con personajes importantes sino fotografías de gente anónima.
Aun así, lo que más me gusta de la fotografía es la actividad de fotografiar. Asumir cada día que voy a coger la cámara y enfrentarme al reto de mostrar a esa persona que tengo delante en toda su grandeza. Siempre tendré claro que mi cámara es el mejor pasaporte a las vidas de gente increíble con maravillosas historias que contar.