Las fotografías de Lee Miller (1907-1977), las tomadas de ella y por ella, han sido objeto de numerosas exposiciones por todo el mundo. En una de éstas, en el museo Victoria and Albert de Londres, su hijo, Antony Penrose, me explicaba que «como madre fue una persona lejana y desconocida; sus problemas con el alcohol, la depresión y los traumas de la guerra [Segunda Guerra Mundial] dificultaron nuestra relación porque, para mí, como niño, me resultaba sumamente difícil entenderla».
Cuando murió en 1977 Tony tenía 30 años y, si no había logrado recuperar la infancia perdida, sí consiguió hacerse amigo de su madre a pesar de que ella continuaba siendo un misterio para él. Lee fue violada a los ocho años, lo que le causó un trauma que arrastraría toda su vida.
La historia, o quizá la leyenda periodística que se perpetúa, dice que Lee (o Elizabeth) Miller, cuando tenía 19 años de edad, cruzaba una calle de Nueva York en el instante que le clavó el ojo el editor de Conde Nast, que la catapultó de la vía pública a la portada de las revistas del momento. Así se convirtió en un plis-plas en modelo famosa. Su padre le había enseñado el arte de la fotografía, a ella le intrigaba el movimiento surrealista que cocía por entonces en Europa.
En 1929 llegó a París como alumna de Man Ray con quien fundió el papel de aprendiz, musa y amante hasta 1932, año que regresó a Nueva York, allí trabajó como fotógrafa de estudio. Su mente volando hacia el otro lado del Atlántico. En 1934 se casó con el egipcio Aziz Eloui Bey y residió en El Cairo hasta que regresó a París en 1937. Allí conoció al surrealista inglés Roland Penrose, de quien se enamoró.
El inicio de la Segunda Guerra Mundial le brindó la oportunidad de serpionera del fotoperiodismo de guerra; fue testigo del desembarco de Normandía, la liberación de París o la apertura de los campos de concentración de Buchen y Dachau. Tras la guerra se instaló en Londres, casada con Roland Penrose. Conoció y fotografió a Pablo Picasso, Henry Moore, Joan Miró, Dylan Thomas o Jean Cocteau. De cada una de estas etapas captaba rollos y rollos de fotografías.
Algunas de las imágenes de Miller son famosas; la que se lava en la bañera de Hitler o aquella en la que Man Ray le sobrepone dos pentagramas musicales a su espalda desnuda. «A través de sus fotografías he llegado a conocerla y a apreciar el talento y la valentía que tuvo para hacer lo que hizo, las fotos de los campos de concentración y de la guerra son la prueba de los traumas que la marcaron», recapacita su hijo, quien, tras la muerte de su madre, descubrió un montón de cajas con negativos.
En los primeros años de matrimonio y el nacimiento de Tony en 1947, Lee Miller y Roland Penrose vivieron en Hampstead, norte de Londres. Después se trasladaron a una granja del campo, Farley Farm House, que él todavía habita. En el ático se almacenaban 60.000 negativos de fotografías. Ese tesoro despertó en Antony el interés por la fotografía a la par del deseo de conocer a su madre. El archivo de Lee Miller con las primeras 3.000 fotos digitalizadas se abrió ‘online’ el 23 de abril, día de su cumpleaños. Cada año tienen previsto incorporar entre 5.000 y 7.000 nuevas instantáneas hasta descargar todas las cajas del ático.
«Mantener y organizar la obra de mi madre se ha convertido en mi trabajo. Su ojo surrealista, tanto para la moda como para la guerra, suscita interés en todo el mundo», comenta Antony Penrose, de ilustre apellido surrealista y tristes recuerdos de infancia.