La muestra propone un recorrido completo y cronológico de su obra, desde el inicio de los años veinte hasta la muerte del artista.
Henri Cartier-Bresson (1908-2004), maestro francés de la fotografía, gran testigo del siglo XX y cofundador de la mítica Agencia Mágnum, es objeto desde hoy y hasta el 9 de junio de la primera retrospectiva que se organiza en Europa desde su muerte.
La muestra se quiere «inédita» al proponer un recorrido completo y cronológico de su obra, desde el inicio de los años veinte hasta la muerte del artista, con tiradas originales de época, para reflejar su evolución, resaltó el comisario Clément Chéroux durante la presentación.
Hasta ahora, recalcó, la mayor parte de las exposiciones sobre el este «genio de la composición» de extraordinaria intuición visual intentaban mostrar su obra de manera unificada, como si hubiera siendo siempre el mismo y como si hubiese hecho siempre «el mismo género de fotografías».
Aquí, en cambio, con más de 500 imágenes, dibujos, cuadros, documentos y películas, se intenta mostrar «que no hay uno sino varios Cartier-Bresson» y que no podía ser el mismo en sus etapas surrealista, comunista, de fotoperiodista y budista, destacó.
París glosa también su faceta cinematográfica, carrera en la que este primogénito de una familia de grandes industriales del textil se inició como asistente de Jean Renoir, y que le llevó a rodar su primer documental, Victoire de la vie, sobre la Guerra Civil española, dentro de su compromiso político comunista y republicano.
Del mayo francés del 68 a la China de Mao, Cartier-Bresson, último fotógrafo que captó con vida a Gandhi y primer occidental que entró en la Unión Soviética después de 1947, es célebre por haber sabido encontrarse a menudo en el lugar oportuno.
Además de querer mostrar la evolución de su obra, apoyándose en las tiradas y formatos originales, ya tan diferentes unos de otros, y en una escenografía de Laurence Fontaine, Chéroux dijo aspirar a afrontar varios retos con esta muestra.
El primero de ellos reunir sus obras maestras, tan conocidas y celebradas como Derrière la gare Saint-Lazare, de 1932, ilustración ejemplar de la noción del «instante decisivo» que Cartier-Bresson supo captar a la perfección.
El comisario quiso también favorecer «una manera nueva» de ver el conjunto de su obra, al enmarcarla en el tiempo y en su contexto.
Decisión de compleja realización dada la ingente producción manejada, pero que Chéroux estima esencial para diferenciar esta retrospectiva de las anteriores, hechas en vida del artista y centradas en algún aspecto de su carrera, no en su conjunto.
Un tercer desafío consistió en mostrar algunas obras del artista poco conocidas y raramente expuestas, añadió.
De ahí que la exhibición comience y termine con sus obras plásticas, pues antes de convertirse en uno de los más grandes fotógrafos del siglo XX, a partir de su primer viaje a África, en 1930, Cartier-Bresson se destinaba a la pintura, arte en el que comenzó a formarse en 1926 junto a André Lhote.
De ahí también que la visita concluya con los dibujos de sus últimos años, muchos de ellos autorretratos.
A partir de la década de los setenta, tras «dejar la acera» como él decía en referencia a sus trabajos hechos por encargo -pero no la fotografía, como se suele creer, precisó el comisario- Cartier-Bresson concentró buena parte de su tiempo en el dibujo.
Curiosamente, añadió, el artista y padre del fotoperiodismo, que además de la fotografía en color (de la que se muestran en París algunas hechas de encargo) detestaba ser fotografiado, terminó su existencia autorretatándose, eso sí, siempre en blanco y negro.
De esta última época, el Centro Pompidou presenta algunas de las obras de grandes maestros que gustaba copiar en los museos, como Las Viejas, óleo pintado por Goya entre 1810 y 1812, con su célebre pregunta hecha con enigmática y temblorosa escritura «¿Qué tal?».