El País / De una Harley blanca y reluciente se baja el fotógrafo Alberto García-Alix.Gorro negro para protegerse del frío, chaleco marrón sobre chupa de cuero negra, y pantalón y botas del mismo color; tatuajes, dos aros en la oreja izquierda y pelo gris. García-Alix, que en marzo cumplirá 60 años (León, 1956), viene a hablar de su nuevo trabajo, Un horizonte falso, que puede verse en las amplias salas de La Principal de Tabacalera, en Madrid, hasta el 10 de abril. A su conocida voz canalla se une la reciente extirpación de un tumor de las cuerdas vocales, así que hablar le cuesta a esta leyenda de la fotografía española.
Cada una de las más de 80 imágenes de esta muestra —que incluye un vídeo explicativo del trabajo con su propia voz— «nacieron de una revelación», de un momento especial en el que García-Alix sintió que tenía que disparar su Hasselblad, como con el retrato a su amiga Gemma semanas antes de morir esta de un cáncer. La fotografió en el momento en que ella vuelve su cabeza sin pelo a un fondo gris. Producidas en su mayoría entre 2010-15, él define estas imágenes como «momentos de deslumbramiento, en los que hay un halo de emoción y me gusta lo que estoy mirando», explica, antes de soltar, lapidario: «La cámara me centra. La fotografía me mantiene vivo».
Estamos pues ante un García Alix más oscuro, que ha construido «un ensayo fotográfico que remite a lo que la fotografía lleva en sus genes». Se trata de su obra más conceptual, simbólica, ¿abstracta?, que distorsiona la realidad con deformaciones, sombras, planos aberrantes, imágenes grotescas y oníricas… como la que se titula Crucifixión, que muestra a un pequeño pájaro con la cabeza caída al que una mano abre sus alas, como un Jesucristo en la cruz. Es la línea que inició a principios de siglo, cuando, durante una estancia en París para curarse una cirrosis, evolucionó en su conocido lenguaje naturalista de moteros, drogas y seres marginales.
Precisamente de la Maison Européene Photographie de la capital francesa llega, actualizada con más obra, Un horizonte falso —organizada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte—, que se divide en varios bloques: autorretratos (como Esnifando arena, en el que se ve su sombra sobre una duna); retratos (como el del poeta Agustín García Calvo y los de personajes típicos de la mirada de García-Alix: «supervivientes y caídos»); motos (en metáforas construidas con sombras y detalles); paisajes e imágenes crudas, como Dieciocho puñaladas, que impacta con el macabro rostro de una asesinada; animales… Alguien le pregunta el sentido de los perros que asoman en varias de sus fotos. Alberto se ríe: «Ninguno, sería buscarle tres pies al gato. Siempre me han atraído los animales».
Lo que mantiene inalterable en este leonés que hizo sus primeras fotos en una carrera de motos es tirar en analógico y en blanco y negro. «Lo digital es un cuarto de juguetes, es lo que llamo el capitalismo de la imagen, porque falsifica las emociones, y me quita la fe, a mí que soy un eterno insatisfecho». Su amor por la fotografía analógica es eterno: «Me permite soñar con lo que he hecho a la espera de revelarlo y poder verlo». Sin embargo, a continuación confiesa: «Hoy me van a dejar una pequeña cámara digital. Voy a probarla por primera vez, pero me da miedo, no vaya a ser que me guste».
Con casi cuatro décadas de trayectoria, premio Nacional en 1999, al que el Museo Reina Sofía dedicó en 2009 una retrospectiva y distinguido por PHotoEspaña en 2012 por el valor artístico de su obra, a García-Alix no le va en su carácter lo de hacer balance. «Soy más de mirar para adelante». Tras un rato atendiendo a la prensa de pie, paseando de arriba abajo, el fotógrafo admite que lo duro llegará horas después, durante la presentación oficial, «con un montón de conversaciones cruzadas y gente a la que saludar». Antes de volver a su Harley y con el frío en el cuerpo de las salas de Tabacalera, García-Alix invita: «Hace un frío de pelotas. ¿Nos vamos a tomar un café?».
DE LAS MOTOS A LAS METÁFORAS VISUALES
Nacido en 1956, Alberto García-Alix, de formación autodidacta, se empezó a interesar por la fotografía en 1976.
Gran aficionado a las motos, comenzó a exponer a comienzos de los ochenta, en galerías de Madrid.
Colaboró con diseñadores de moda y en prensa: Vanity Fair, Vogue y EL PAÍS, entre otros.
Fundó el colectivo El canto de la tripulación y una revista homónima en 1989.
Sus retratos, directos, se caracterizan por la sencillez. Siempre utiliza el blanco y negro y la fotografía analógica.
Premio Nacional de Fotografía en 1999. En 2007, protagonizó una retrospectiva en el prestigioso Festival de Arlés. El Museo Reina Sofía le dedicó una gran exposición en 2009.
Su última exposición, en la sala Tabacalera, de Madrid, hasta el 10 de abril, ahonda su camino en la distorsión de la realidad con metáforas visuales.