Cuando a Eduardo Martínez de la O lo invitaron a participar en un taller de fotografía para ciegos Mirar sin Límites dudó como muchos otros: «Pensaba que era una burla que a un ciego le pidieran que tomara fotos»
Teresa Martínez Cervantes sintió algo similar: «Yo dije que eso estaba medio loco, ¿cómo íbamos a tomar fotos los ciegos? Pero cuando tomo fotos me sorprende cómo se expresa el maestro de lo que tomé y cómo lo describe».
Eduardo y Teresa son dos de los 18 ciegos y débiles visuales que cada jueves se reúnen en un pequeño salón, que es también cocina, en el tercer piso del edificio del Comité Internacional Pro Ciegos, donde, desde hace dos años, el fotógrafo Juan Miranda desarrolla este taller que él creó y que brinda en forma voluntaria.
Mirar sin Límites ha cambiado la vida de muchos de estos 18 participantes quienes toman sus fotografías y en las sesiones de los jueves hacen nuevos retratos, comparten sus trabajos con los demás, escuchan las descripciones del maestro, proponen proyectos, posan para las fotos de los compañeros, bromean, conciben exposiciones y ahora planean crear una cooperativa para vender sus fotografías y hacer otras.
«Después que perdí la vista, la vida se ha convertido para mí en un collage de sensaciones, aromas, sonidos, texturas, y todo eso trato de representarlo en la fotografía», afirma Noé Zaldívar, uno de los integrantes del taller. «Ha sido una experiencia muy bonita. He tratado de sacar fotos con calidad. Es un logro personal. Cada quien se pone sus límites. A lo mejor no hemos podido vender las fotografías, pero lo hacemos como una realización. Nos sentimos halagados cuando preguntan, les decimos que es de un ciego y se quedan sorprendidos».
El taller, donde hay tanto jóvenes como adultos, hombres y mujeres, nació marcado por el escepticismo: ¿una persona ciega cómo puede hacer fotografías? se preguntaron todos.
Contrario a la depresión que Miranda encontró en un primer momento, hoy los participantes asisten con entusiasmo, han creado imágenes que se llevaron a cuatro exposiciones hasta ahora, planean la quinta y publicaron un libro que ellos pagaron.
Otra forma de retratar
Miranda tiene una carrera en la fotografía y el fotoperiodismo mexicanos. Su trabajo como fotógrafo inició en las páginas de Dimensión, donde publicó fotorreportajes de la vida en comunas a inicios de los años 70; continuó en las páginas de Sucesos para todos donde concibió series sobre la ciudad de México y tuvo la oportunidad de retratar, sólo él, el momento de la salida del grupo de Julio Scherer del periódico «Excélsior»; poco después, fue parte del equipo de Proceso, revista en la que estuvo hasta hace 13 años. De ahí, Juan Miranda pasó al mundo de la creación artesanal, junto con su esposa, y ahora en el taller encontró un nuevo reto.
Lo que lo llevó a concebir este taller fue la incapacidad visual que adquirió su hermano. Gracias a él conoció el Comité. Su hermano le propuso en un primer momento asesorar a personas que escribían, pero Juan terminó por proponer un taller con énfasis en el trabajo fotográfico.
«Hago las cosas por convicción. Lo que me lleva siempre, lo que me mueve, es buscar la satisfacción de algo. Es la síntesis de mi vida», explica el fotorreportero. Miranda ha conseguido encontrarle sentido a la fotografía una y otra vez: formar grupos, hacer talleres, generar nuevas áreas en los medios en que ha estado.
En el taller Mirar sin Límites uno de los hallazgos más importantes es la formulación de un método. Miranda partió de plantearles a los alumnos que todo creador se topa con la hoja en blanco y es en su imaginación donde está lo que puede «llevar» a esa hoja.
Rompiendo con vicios que algunos alumnos traían, les planteó después que toda persona ciega debe poner la cámara a la altura de sus ojos, porque el equipo está diseñado ergonómicamente para ubicarse allí; invitó a especialistas para hablar de temas como zonas aúreas y composición de una pintura. También llevó a un poeta para hablar de la relación entre imagen y poesía.
En cuanto al trabajo en sí, a partir de los conocimientos que los alumnos tienen del ábaco y de las matemáticas, establece una comunicación que toma en cuenta las líneas horizontal y vertical, la división de la imagen en cuadros, las nociones de horizonte y límites, arriba y abajo; se trabaja también con base en las sombras, la temperatura y con apoyo de otros sentidos.
«Traen las matemáticas en la mente. Hay principios que han adquirido, entonces crean el cuadro en la imaginación. Si me refiero a una fotografía explico, por ejemplo que en los dos primeros tercios, de manera horizontal está el mar, y que arriba hay una nube. Otro recurso es hablar directamente de objetos, silla, lápiz, mesa». Lo que Miranda les plantea es directo: «todo objeto nació de la imaginación de alguien, así que ahí todo es posible».
«Con la fotografía ellos han ido dándole sentido a lo que imaginan. Ahorita están haciendo derroche de lo que es la imagen, a través de lo que nos sugiere la luz».
Hay una gran diferencia con el fotoperiodismo, reconoce Juan Miranda; éste es directo, no da tiempo a la experimentación. Mirar sin Límites apuesta por imaginar en un mundo donde no hace falta el cuarto oscuro porque los ciegos siempre han estado allí. El taller ha mostrado sus fotos en Atlixco, en el IMER, en Tizayuca y en Pachuca, y ahora preparan una exposición en la casa de la cultura Pantitlán.
Para él no hay consideraciones especiales con los alumnos. «No estamos jugando, queremos crecer. Les pregunté: ‘¿los trato como a cieguitos o como seres humanos?’ Dijeron que como a seres humanos. Les doy la misma consideración que si fuera cualquier fotógrafo».
A Milagros Marín el taller le ha dado la oportunidad de aprender a relacionarse con el espacio de otras formas. «Ya no es sólo la piel, el sonido, tener la cámara te hace preguntarte, retarte sobre el espacio, aprender a moverte. Tenemos cosas bien padres en la obviedad y no les damos importancia porque vamos tan de prisa».
Para Raymundo Sánchez es una forma de combinar y experimentar. «Lo que me gusta es estar buscando un punto de vista diferente al que podemos ver normalmente en las cosas».
Creado hace 54 años, el Comité Internacional Pro Ciegos se propone rehabilitar, capacitar y educar a personas con discapacidad visual. Tiene 242 alumnos con edades entre los 18 y 97 años. La directora Susana Portales explica que en el campo de la cultura y el arte se ofrece un diplomado en creación literaria con el INBA.
Señala que 98% de la población de ciegos en el Comité son personas que adquirieron la ceguera (no nacieron con esta enfermedad) y que 48% de los que asisten presenta diabetes.