M. A. Bastenier. El País/ Un gran fotógrafo y amigo argentino, Carlos Bosch, decía que el mejor periodista era el fotógrafo porque “en un instante tiene que decidir cuál es el recuadro de vida que debe reflejar con su cámara”. El mismo concepto de Blanco Móvil —lo que sucede sin previsión, calendario, ni convocatoria— tiene mucho que ver con la labor del fotoperiodista, alguien que transforma el momento en documento, testimonio, e interpretación de lo que nos sucede.
No voy a presumir de tener un conocimiento más que funcional de la fotografía periodística. Y lo justito que sé lo he aprendido de dos grandes profesionales de este periódico, Marisa Flórez y Raúl Cancio, además del citado maestro argentino, con el que también trabajé en la Baja Edad Media; que es lo necesario para elegir la foto más adecuada en cada caso, en función de los intereses que atribuimos al lector.
Cancio y yo cursamos hace ya bastantes años una visita a la prensa británica, en la que el interés de mi acompañante —o más bien le acompañaba yo— era comparar métodos, resultados, aspiraciones. Y fueron los días mejor aprovechados de mi carrera en lo referente a la fotografía de prensa. Sin duda, eran cosas conocidas de todo profesional, pero verlo en la práctica, entender cómo un gran diario no puede publicar indiferentemente fotos de ilustración, de relleno, caras o peor caritas, salvo las de estudio del personaje en las entrevistas, resultó enormemente satisfactorio. Allí entendí plenamente cómo una buena foto ha de reflejar una acción en progreso, y puede ser todo un reportaje en sí misma; también comprendí la importancia de la profundidad de campo, ese invento de Orson Welles en Ciudadano Kane, que permite narrar varias historia independientes o complementarias a la vez; y que era como decir que detrás del primer plano había todo un mundo del que no podíamos desentendernos.
Tratamos también en Londres cuestiones más químicas como el grado en que hubiera que quemar la foto, a tenor de la temática o el dramatismo de la imagen, sobre las que no me extiendo porque me desbordan. Pero lo cierto es que la prensa anglosajona es suprema en el servicio de la fotografía, ese recuadro de vida del que hablaba Carlos Bosch, prolongado en todas las capas sucesivas que fuera posible. Y otro gran profesional del asunto, Ferdinando Scianna, sintetizaba el fin último del fotoperiodismo con estas palabras: “No creo que pueda cambiar el mundo con mis fotografías, pero una mala foto puede hacerlo peor”.
En la prensa en español, en cambio, hacemos con demasiada frecuencia de la fotografía un recurso de lay-out, diseño, para iluminar, decorar, ilustrar, dar algo de luz a la página, y no es eso. Naturalmente, en tiempos de digital el vídeo amplía las posibilidades expresivas de la imagen como no podíamos imaginar solo hace unos años. Pero la foto no perderá nunca su papel en la prensa, papel o web, porque es uno de los grandes conductos de la vida.
Y refiriéndonos a utilizaciones más prosaicas de la foto, reseñemos cómo se combinan en el periódico palabra e imagen. Las fotografías deben llevar siempre pie, texto narrativo. Y no se dedica ese espacio a repetir nada que ya se halle en el texto, ni a utilizarlo como derivación del titular, sino para algo tan elemental como imprescindible: explicar qué se ve en la imagen y el lector no tiene por qué identificar; pueden ser lugares, edificios, emplazamientos, el escenario de una batalla, personajes que pueblan la historia, y estos últimos bien diferenciados por nombre y condición en el pie de foto.
El que fue presidente de Argentina Néstor Kirchner, fallecido en 2010, decía que “de los periodistas prefería a los fotógrafos porque no hacían preguntas”. Pero se equivocaba porque lo que los buenos fotógrafos buscan son respuestas a preguntas que ellos mismos habían formulado con la cámara para cazar al personaje con la guardia baja; todo lo contrario de la foto del posado, apenas periodismo de amueblamiento, sino revelándose como no habría querido hacerlo. El secreto a voces del mejor periodismo.