Cultura Colectiva / Cada humano carga consigo enfermedades —ya sean mentales o físicas— durante toda su vida. Muchos de nosotros aprendemos a lidiar con ellas y encontramos el equilibrio para que los dolores que nos carcomen por dentro no destruyan lo que afuera construimos. De este modo, edificamos lo que pareciera ser una vida tranquila a la vista de los demás. Pero hay casos extraordinarios que impiden al espíritu humano luchar contra la destrucción.
Antes de visualizar las siguientes imágenes es necesario advertirle al lector que el trabajo del artista visual David Nebreda puede provocar una sensación de nausea y ansiedad, puesto que su obra nos hace partícipe de una enfermedad que lo hizo recluirse en su piso de Madrid, donde vive su propia autodestrucción en soledad.
David nació en 1952 y siempre buscó el arte como una finalidad estética y comunicativa, pero con tan sólo 19 años de edad, mientras estudiaba en Bellas Artes, le diagnosticaron esquizofrenia paranoide crónica irreversible, lo que provocó que tuviera cuadros de pérdida total de la consciencia y otros de extrema lucidez.
Esta dualidad alteró fuertemente su percepción de la realidad, pero más allá de eso, de su propia percepción como humano. Desde hace más de 40 años practica la abstinencia sexual y se somete a severos castigos que lo mantienen en un estado de inanición. El odio a su enfermedad hace que se provoque flagelaciones, coseduras en su piel, quemaduras y otras torturas para castigar al cuerpo que tantos problemas le ha traído.
En este decadente estado es cuando Nebreda crea su obra, la cual se basa en la intervención de sus autorretratos. Él sabe muy bien que su condición lo obliga a alejarse del mundo social, pero no de su única salvación: el arte. También, de alguna manera, su trabajo le sirve para continuar con vida en un mundo donde no pertenece, donde es extranjero.
Muchos teóricos del arte han descubierto que Nebreda, paradójicamente, trabaja con sus autorretratos, pero nunca mira su reflejo directamente en la cámara. Pareciera que huye de su imagen, que aborrece la prisión corpórea de la que nunca podrá salir y el único camino para trascender lo que es en realidad, es a través de la intervención de las fotos. Por eso su trabajo nunca será una simple captura de un fotograma, porque si no, sólo sería una cruda verdad, sin el velo que disimula su tragedia.
Él lo dice abiertamente: “Mi propia realidad es bastante peor que las fotos”. Por fortuna, quizá ninguno de nosotros confirmemos esta monstruosa declaración, pero lo cierto es que al ver las siguientes obras, estamos a un paso de vivir la esquizofrenia.
“La sangre me constituye. Los excrementos me manifiestan. El dolor demuestra. El silencio justifica. La comida tranquiliza. La madre mantiene. El orden, la luz y los tiempos delimitan…”
Su trabajo es intermitente, puesto que hay temporadas donde la demencia es incontrolable para él y tiene que internarse largas jornadas en un sanatorio mental. La última vez estuvo internado durante ocho años, por lo que perdió la oportunidad de mostrar su trabajo en una de las más grandes galerías de Londres. Sus obsesiones quizá lo llevaban a desconfiar incluso de quienes deseaban promover su trabajo. Un conocido cercano de David alguna vez declaró: “El peor enemigo de las obras de Nebreda, es Nebrada mismo”.
“Poco antes de la primera presentación pública de mis fotografías, una persona recomendó, de forma sincera, destruirlas; después, otras dos personas han llorado ante ellas. Llorar ante una imagen, llorar en una exposición de fotografía. ¿Me comprende usted?”
En repetidas ocasiones lo han invitado a participar en grandes exposiciones que giran en torno al dolor y al masoquismo, pero Nebreda se niega a que su obra se vea manchada con estos desgastados conceptos artísticos, porque, según él, la violencia no necesita ninguna explicación o justificación, es un argumento cultural e irreductible. En cambio, él pretende trabajar con el tema de la identidad, la reivindicación del dolor como un elemento para afirmar su personalidad.
“Hay un método de diagnóstico psiquiátrico que diferencia a la neurosis de la psicosis por el grado de culpa con que se realizan estos rituales. Cuanto menor es la idea de culpa o el esfuerzo de evitarlos, más se deteriora la norma y se tiende a la psicosis. (…) He escrito en otra parte que el ritual, el procedimiento, proporciona al esquizofrénico una ayuda inapreciable en los peores momentos”.
Se puede caer en el error de comparar el cuerpo de Nebreda con la figura religiosa de Cristo, porque como se ven en estas imágenes, la composición iconográfica puede remitir al espectador a los pasajes de las tradiciones judeocristianas, en cambio el artista nos dice: “Aquí estoy, yo soy así. Soy mi dolor, mi humillación. Me manifiesto a través de mis heridas, de mis excrementos y sólo cuando tengo consciencia de que eso forma parte de mí, se revela mi verdadera identidad”.
“Yo soy un hecho histórico, con o sin el consentimiento de la historia. Y la vergüenza será para ella si hay que cambiar la primera frase por la última”.
Las fotografías de David Nebreda son un caso excepcional de cómo puede verse el ser humano, ya que su trabajo tiene la virtud de plantear cuestiones vitales para el arte contemporáneo que giran fundamentalmente en torno al cuerpo y al papel del artista en la sociedad en su cruce con el problema de la locura y sus relaciones con la imaginación y la creación artística.
Así como Nebrada, hay muchos otro artistas que usan el dolor, la ira y la tristeza para trascender en el arte, ¿los conoces?