El Mundo / Mendigos y aristócratas, canallas y prostitutas, héroes y villanos se entrecruzan en las imágenes en blanco y negro que Brassaï realizó durante los años 20, 30 y 40 en la capital francesa. Hasta el 8 de marzo de 2014, el Hôtel de Ville acoge en sus salas expositivas la muestra gratuita ‘Por el amor de París’, que documenta la fascinación del fotógrafo húngaro por esa ciudad en la que vivió una temporada de niño y a la que volvió con 24 años para ser artista.
Nacido en 1899 en Brasov (Transilvania), Gyulus Halasz tenía apenas cuatro años cuando su padre, un profesor de francés, decidió tomarse una temporada sabática y mudarse a París con la familia. Instalados cerca del Jardín de Luxemburgo, cuenta la leyenda que el pequeño quedó fascinado por el bello parque dieciochesco -que retrataría profusamente de mayor-, pero también por el auténtico circo de Búfalo Bill, que pudo ver en la explanada de la Torre Eiffel.
Tal fue su impresión que, dos décadas después, retornó a orillas del Sena para trabajar como corresponsal de diarios alemanes, húngaros y rumanos. Venía de haber ejercido como periodista en Berlín, tras estudiar Escultura y Pintura en Budapest y luchar con la caballería austro-húngara en la Gran Guerra. Para este superviviente de los horrores bélicos metido a gacetillero sin demasiada vocación, el flechazo con París se renovó al instante.
Ese idioma que había aprendido en su adolescencia leyendo a Marcel Proust le sirvió para fajarse en su trabajo de reportero, pagarse una buhardilla en el barrio bohemio de Montparnasse y sintonizar enseguida con Henry Miller, Jacques Prévert, Desnos, Picasso, Dalí, Matisse, Genet, Breton, Giacometti y otros parroquianos de Le Dôme, La Coupole o La Closerie des Lilas.Pero Halasz no se convirtió en Brassaï hasta que, en 1929, decidió hacerse fotógrafo.
Entre la melancolía y el realismo
En sus correrías de medianoche se había aficionado a retratar las calles y los personajes de su ciudad adoptiva, a la luz de un automóvil, una farola de gas o el luminoso de un café. En pocos años, llegó a convertirse en el cronista gráfico de los más glamourosos eventos de la moribunda Belle Époque, pero también del lado sórdido de esta metrópoli empobrecida tras la contienda y adormecida por el can-can y la absenta.
Brassaï lo plasmó todo a través de su lente; desde el brillo engañoso de los cabarets hasta la mirada opiácea de los pintores y poetas. Con un deje inevitablemente melancólico y realista, pero también con la mirada perspicaz del autor que se fija en los objetos más banales, los pone fuera de contexto y consigue hacer de ellos otra cosa.
Adoptado por la intelligentsia artística de la rive gauche, Henry Miller firmaría el prólogo de su primer libro gráfico, ‘El ojo de París’ (1933), y Picasso le reclutaría para que pusiera su cámara al servicio de su obra escultórica, hasta entonces desconocida, en un reportaje histórico que se publicó en la revista Minotaure. A la íntima colaboración entre los dos genios dedica el ayuntamiento parisino una parte de la expo. Por lo visto, ambos tenían gustos parecidos, en el arte como en la vida: la pasión por los shows circenses o de varietés, la obsesión por el cuerpo femenino, la frecuentación del Folies Bergère y otros antros de dudosa reputación…
«Las mujeres y el circo unieron a Brassaï y Picasso«, ha explicado a AFP la comisaria de la exhibición, Agnès de Gouvion Saint-Cyr, señalando que «lo que más les fascinaba del circo era su gente extraña» y de las mujeres, «esos cuerpos rotundos que tantas veces retrataron los dos en su desnudez».
A pesar de su leyenda de nocharniego irredento, nuestro fotógrafo le dedicó a París numerosos instantes de contemplación diurna, que también tienen su hueco en la muestra del Hôtel de Ville a través de las estampas del -hoy desaparecido- mercado central de Les Halles, de los grandes bulevares o de los nebulosos muelles del Sena, con sus barqueros, pescadores, paseantes con perro y taciturnos vagabundos.
Entre rincones decadentes y personajes estrambóticos, Brassaï tampoco olvidó fijarse en los más inesperados detalles del urbanismo haussmaniano, descubriendo al espectador las raras siluetas de algunas fachadas o esas inscripciones -antecesoras del grafiti- realizadas con objetos punzantes en los muros o adoquines de las callejas.
Enterrado en el cementerio de Montparnasse, a pocos metros de las tumbas de otros ilustres calaveras enamorados de capital francesa como Gainsbourg o Cortázar, Brassaï es ya más parisino que la Mona Lisa o el jorobado de Notre Dame. Con esta expo, recibe el tributo de esa ciudad que tanto le inspiró y a la que tanto dio.