El Mundo / «El que busca la belleza está destinado a encontrarla». Ése es el lema del fotógrafo de 85 años que ha retrató a la ciudad de Nueva York surcada por su musa, Editta Sherman, vestida de época.
Lo primero que hace Bill Cunningham al entrar en la sala de la Sociedad Histórica de Nueva York donde se exponen sus fotos es hacer una. Esta noche gélida de marzo en que cumple 85 años ha dejado su bici aparcada delante del museo y no viste su habitual casaca azul de obrero francés. Lleva esmoquin, pero su Nikon se le cruza en el cuello con su bolsa de fotografía. Delgado, bajito y encorvado se pone la cámara en el ojo con un golpe rápido y dispara veloz una vez mientras los flashes de otros lo captan.
Las fotos donde él es el sujeto suelen salir borrosas: no para de moverse, pasa de un conocido a otro y sube la cámara en cuanto distingue una pluma, un color y una pose que lo motiva entre los invitados. Casi no oye y le agobia la atención de cientos de personas ansiosas por saludarle en la inauguración de ‘Fachadas’, una olvidada colección de fotos en la que retrató a una amiga disfrazada con trajes de época delante de edificios singulares de Nueva York para recorrer la historia de la ciudad.
«Va a venir Bill, por eso hay tanta gente que se entretiene», comentaba emocionada una hora antes Elizabeth, una bibliotecaria del museo Metropolitan contenta por ver a tantos ‘peces gordos’ de su museo entre los seguidores de Cunningham. «Es una persona tan reservada», repiten los espectadores, entre ellos uno con chistera, otra con un vestido de cola y varias con trajes de charlestón.
Todos acaban cantando ‘Cumpleaños feliz’ al frágil personaje que retrata la vida y la moda de Nueva York en la calle desde los años 50. El entusiasta fotógrafo del ‘New York Times’ sigue saliendo en bici cada día en busca de la imagen de un joven rapero de pantalones rotos, una ochentona con gafas desproporcionadas en un acto benéfico o una ejecutiva de botas fucsias que salta un charco de hielo. No se cansa de buscar belleza en la ciudad. También la encontró en este proyecto que expone ahora con fotos tomadas entre 1968 y 1976, cuando Nueva York estaba al borde de la quiebra, los grafiti cubrían los vagones del metro, la basura se acumulaba en las calles y el 10% de la población se marchó harta del caos y el crimen. Cinco años antes, la antigua estación de Pensilvania había sido derribada y apenas empezaba el debate para salvar el SoHo.
«La idea de recuperar Nueva York en ese momento particular es brillante. Nueva York estaba en su nadir: era sucia, triste, solitaria. También era un momento de creatividad, pero la ciudad daba miedo. Y él encontró esta visión maravillosa del pasado, de la arquitectura. Muchos edificios estaban siendo destruidos antes de que el movimiento de conservación de la ciudad se afianzara», explica a este diario la historiadora Valerie Paley, comisaria de la exposición.
Justo después de la reapertura del museo en 2011 tras una extensa renovación, Paley pidió a una ayudante que buscara material interesante en la colección de fotografía. Así descubrió 88 fotos en blanco y negro de un tal William J. Cunningham.
En aquellos años, el fotógrafo trabajaba para el ‘Chicago Tribune’ y vivía en su estudio sin baño ni cocina en el Carnegie Hall, que alquilaba pequeños apartamentos por pocos dólares al mes a músicos, pintores y otros artistas. En uno de esos estudios Enrico Caruso grabó su primer disco en Nueva York y Robert Redford recibió sus primeras clases de interpretación. También residía allíEditta Sherman, una artista hija de inmigrantes italianos que mantenía a sus hijos y a su marido enfermo haciendo fotos a Cary Grant, Joe DiMaggio, Elvis Presley o Andy Warhol. A veces la fotógrafa invitaba a sus modelos a lentejas cocinadas en el cuarto oscuro. Cunningham la bautizó como «la duquesa de Carnegie Hall».
«A Editta le encantaba disfrazarse. Un día estaba un poco aburrida… Y nos lo pasamos maravillosamente», cuenta Cunningham en un podio junto a su tarta y sus galletas de cumpleaños en forma de chaquetas azules encargadas por la Sociedad Histórica. «Siempre he sido un loco de la moda, un chalado. También me chiflaba la arquitectura. Y pensé que estando en Nueva York nunca tendría que ir por todo el mundo. Estaba todo aquí», dice entre aplausos.«Paseabas y sólo tenías que levantar la mirada. Y en cualquier sitio hacia donde miraras veías algo maravilloso». Al fotógrafo le gusta repetir que «el que busca belleza está destinado a encontrarla».
Así empezó un proyecto de ocho años en que Cunningham hizo que Sherman posara delante de la capilla de San Pablo, la iglesia más antigua de Manhattan y donde George Washington iba a rezar, el rascacielos de General Motors, la estación Grand Central Terminal, cuando su supervivencia estaba en cuestión, o las casas de piedra junto al río Hudson.
Para cada edificio elegía un traje acorde con la época. El fotógrafo buscaba los vestidos en tiendas de segunda mano y mercadillos con la ayuda de Sherman. Los domingos ella tomaba el té con su hermana y su sobrina en Coney Island para que le arreglaran los trajes. También había otras modelos, pero Sherman era la musa. Los dos viajaban en transporte público por toda la ciudad para que los ropajes no se arrugaran entrando y saliendo de coches y ella pudiera estar de pie.
«Me gustaba mucho todo el proceso y el trabajo con Editta. Sólo discutíamos por el pintalabios. Ella se lo ponía (siempre rojo brillante) en cuanto me daba la vuelta y yo le decía que se lo quitara», explica Cunningham a EL MUNDO frente a sus fotos hasta que se interrumpe para señalar la imagen de una casa de 1912 que está en la calle 69. «Me encanta este edificio», exclama entusiasmado.
El fotógrafo cuenta que ya no queda casi nada de aquellos trajes porque los vendía para comprar otros nuevos. A menudo, apreciaba lo que otros desechaban, como un delicado vestido de muselina que estaba enrollado en un jarrón en una tienda. «Nadie quería estas cosas. ¿El Balenciaga? Uy, no, eso es sólo alta moda, no hay sitio donde llevarlo. Me costó tres dólares en una tienda de segunda mano. Otros, dos dólares. En los años 60, los jóvenes sólo querían cosas nuevas mezcladas para el estilo hippy. Y a mí me encantaban las cosas viejas», explica en la biblioteca del museo ante un público que incluye a la directora y al editor del ‘New York Times’.
Cunningham hace mirar a todos hacia el techo para apreciar las columnas restauradas. «Mirad la sala… Estaba hecha polvo. Nunca la habíamos visto así de bien», dice maravillado antes de ponerse a repartir fotos de Sherman entre sus hijos.
«Veis su espíritu. Es completamente auténtico. Nos lo pasamos en grande. Éramos unos chicos locos. El día de Año Nuevo por la mañana nos levantábamos y nos poníamos a hacer fotos en la entrada del puente de Manhattan», explica.
Los dos fotógrafos estuvieron entre los últimos seis residentes que el Carnegie Hall desahució en 2010 tras una batalla de tres años para destruir los estudios y construir un nuevo centro de ensayos.Editta Sherman murió el pasado noviembre a los 101 años. En su velatorio, como pidió, ella llevaba un vestido de novia antiguo que había comprado poco antes en una tienda de segunda mano.