Vivian-MaierEl País / ¿Quién es Vivian Maier? Su biografía se sostiene sobre unos datos exiguos: nació en Nueva York en 1926, sus padres se separaron poco después y su hermano se fue a vivir con sus abuelos. A partir de entonces, la fotógrafa Jeanne Bertrand, amiga de su madre, fue quien llevó las riendas de la casa. Durante los años cincuenta y sesenta trabajó como niñera para una familia de Chicago. Tomó más de 150.000 fotografías, pero solo reveló un tercio porque no tenía dinero para más. Nunca enseñó a nadie sus instantáneas y las perdió cuando dejó de pagar la cuota del guardamuebles donde las guardaba. Murió en 2009 a los 83 años. Sola.

En realidad, a nadie le preocupaba demasiado la vida de esta niñera reservada –y, al parecer, sin pelos en la lengua– hasta que en 2007 John Maloof compró su archivo fotográfico en una subasta. Su humilde intención era revelar las fotografías y venderlas en internet, pero lo detuvieron: había encontrado un tesoro que años más tarde se celebraría en las páginas de The Wall Street JournalVanity Fair o The New York Times, se compararía con la obra de Diane ArbusHelen Levitt o Weegee y sería objeto de exposiciones –Vivian Maier. Street Photographer pasó por la sala San Benito de Valladolid–.

Ahora acaba de editarse Vivian Maier: Self-portraits, que contiene 60 autorretratos inéditos en blanco y negro y cuatro en color del archivo de Maloof. “Este libro trata de contestar a la persistente pregunta de quién era realmente Vivian Maier mostrándola tal como ella se veía a sí misma, a través de sus autorretratos”. Según Maloof, que se topó con la producción fotográfica de Maier cuando recopilaba información para un libro sobre su barrio, en todo autorretrato el artista se confiesa: habla de cómo se ven a sí mismo, de cómo percibe el mundo que le rodea.

Sin embargo, Elizabeth Avedon, que toma la palabra tras Maloof en el prólogo del libro, rebaja nuestras expectativas: los autorretatos de Maier son fascinantes, pero no debemos esperar demasiado. Son una ventana a su mundo, pero nos seguiremos encontrando a una Maier distante: en ellos aparece sola la mayoría de las veces, excepcionalmente acompañada de niños, a veces solo se intuye su presencia –su sombra, su silueta en un escaparate o en la esquina de un espejo o cualquier otra superficie reflejante–, apenas expresa ninguna emoción, siempre luce el pelo corto, la mirada esquiva. Y es que sesenta autorretratos no son suficientes para desentrañar el enigma Maier.

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