El cultural / No le gusta que le hagan fotos. Ni siquiera hacérselas ella misma, y eso que se compró su primera cámara con 16 y que fue la primera española en entrar en la prestigiosa agencia Magnum. En casa de Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 1949) hay muchas cucharas de palo. Conviven en extrema sencillez con la infinidad de títulos que acumula desde 1985, cuando llevaba una década recorriendo fiestas populares y retratando la España oculta que la dio a conocer mundialmente. Ese es su verdadero autorretrato: el que hace a otros. Los que encontró en Georgia desde que fuera en 1995 los presenta ahora en la galería Juana de Aizpuru. Dice que cuando sale a la calle no ve nada si coge su cámara, que le gusta mirar y no sentir la presencia del tiempo…
Pregunta.- Hoy presenta en Juana de Aizpuru la exposición titulada Georgia. 1995-2013. ¿Cuál es la idea?
Respuesta.- Todo comenzó por una llamada de Médicos sin fronteras. Querían conmemorar su nacimiento y me dieron total libertad para elegir el país, contar cómo era y por qué era necesario trabajar allí. En Georgia no había estado nunca y era una zona que me interesaba. El país se veía envuelto en una guerra civil que duró hasta 1995, justo cuando llegué. Encontré un lugar sumido en la pobreza y había gran cantidad de desplazados que tuvieron que huir a Abjasia, casi con lo puesto. La gente apenas salía a la calle. El sistema de ayudas de las propias familias es lo que más me impresionó. La Georgia que encontré luego fue diferente.
P.- ¿Cuántas veces volvió?
R.- Tres veces. Mi forma de trabajar es pesada, de volver siempre a los sitios. Así que volvía a Georgia en 2008, con motivo de la Guerra de Osetia del Sur, y también durante seis días este año. Ha cambiado muchísimo. He encontrado una Georgia nueva, que lucha por convertirse en un país moderno. Puede verse en el audiovisual que he preparado, con más de 150 imágenes.
P.- Muchas, muchas imágenes tiene otro de sus proyectos, Entre el cielo y la tierra, una especie de retrospectiva que trata, como en todas sus fotos, de indagar en el ser humano, lo espiritual y lo carnal. ¿Hay prevista ya una exposición?
R.- Es una serie muy extensa que empecé en 1990 pero que ya la doy por finalizada, mi proyecto más ambicioso, en el que me he volcado en los aspectos que siempre me han interesado, por encima de todo el ser humano.Siempre siempre siempre he tratado de entender el comportamiento humano, comprender la vida. En realidad es una búsqueda de mí misma…Todavía no hay prevista una exposición de todo ello y me gustaría…
P.- ¿Dónde le gustaría? ¿Tal vez el Museo Reina Sofía?
R.- Por la edad que tengo sí…
P.- Siempre ha trabajado de manera muy libre, sin jefes, sin presiones de ningún medio y muchas veces pagando sus propias fotos. ¿Cuándo empezó a ser rentable su trabajo como fotógrafa?
R.- He sido profesora durante muchos años y ese dinero es lo que me ha permitido dedicarme a la fotografía. Nunca me preocupé mucho por la parte comercial. Lo que me interesaba era descubrir lugares, viajar… Mi trabajo está hecho en los días que otros tienen vacaciones. Parte de la libertad, de no tener que contentar a nadie. Cuando eres exigente contigo misma, eres implacable. Empezó a ser rentable en 2001. Fue el año en que expuse en la Bienal de Venecia y Juana de Aizpuru me llamó para trabajar con ella. Fue a partir de ahí que mi obra empezó a ser considerada una obra de arte.
P.- Llegó a Madrid de Puertollano con 17 años, en el famoso 1968. ¿Qué instantánea recuerda de ese momento? ¿Tiene una imagen grabada en la retina?
R.- La imagen de una Cristina feliz por estar en la facultad. Sabía que había encontrado mi camino. Tenía muy claro de lo que era capaz. Estudiar pintura fue un placer. La fotografía se fue metiendo en mi vida más tarde, a raíz de una beca que me dio la Fundación Juan March.
P.- Entonces tuvo de profesor a Antonio López. ¿Cómo recuerda aquellas clases?
R.- Fue mi primer profesor, una persona honesta que siempre me decía «siente siente siente lo que estás haciendo». Yo recuerdo sentirme ignorante para aprender de él. ¡El único pincel que había cogido entonces era el de pintarme los zapatos!
P.- Y usted, ¿qué le decía a sus alumnos? ¿Cómo se enseña a mirar?
R.- Que hay que tener una cultura del arte y de la imagen. Les hablaba de tres de mis fotógrafos preferidos: Diane Arbus, Ivin Penn y Richard Avedon. De ellos siempre me ha fascinado el rostro…
P.- Los que usted retrata siempre son anónimos. ¿Por qué?
R.-Cuando intentas hablar de la vida, las personas más sencillas son las más traslúcidas, más auténticas. Tienen más armas que otras personas célebres. La exposición, por ejemplo, de Terry O’Neil en la Fundación Telefónica está llena de gente conocida. Gente que es noticia, que representa «el evento».
P.- ¿Qué me dice de los retratos que hizo a la familia Real? Le han llovido muchas críticas por ello…
R.- Sólo diré que fue un placer, una experiencia bonita y gratificante. Y de gran generosidad por todas las partes.
P.- No sé si esta pregunta será igual de incómoda. ¿La fotografía hoy está mejor o peor que antes?
R.- La fotografía en España vive una situación de retroceso. Vamos hacia atrás a nivel de encargos, de exposiciones, de publicaciones... Es muy difícil volver a esos años en que los fotógrafos hacían ediciones maravillosas. Cada vez se requiere menos conocimiento en pos de un precio cada vez menor. Pero, aunque el mercado esté tan mal, lo cierto es que cada vez hay más afición a la fotografía y los fotógrafos están cada vez mejor formados. Pese a contar con internet tendrán más problemas para difundir su trabajo.