Mawj al Obaidi fue herida en el 2003 en un bombardeo de los estadounidenses cuando invadían Iraq. Diez años después, y tras varias operaciones para salvar la movilidad del brazo, intenta vivir la vida de una joven moderna. Su historia puede verse como el reflejo de la de su país: un Iraq que pugna por construir un futuro pero que no ha cerrado las heridas de la invasión y de su guerra sectaria.
Lo que más impresiona de Mawj al Obaidi no es lo que se ve en ella sino lo que piensa. Porque lo que se ve forma parte de la plenitud de la juventud. A sus 18 años estudia primero de hebreo en la universidad y forma parte de una familia completa, sin muertos, un ideal en Iraq después de una invasión extranjera, de la que se cumple este miércoles diez años, y una guerra sectaria que ha provocado un horrible baño de sangre.
Lo que piensa Mawj al Obaidi, en cambio, profundiza en el dolor, la violencia extrema, la desesperación y lo suele transmitir sin tapujos en duros poemas que lee en público: “Soy el cementerio que está lleno de cadáveres; soy el hombre al que violaron a su mujer y sigue gritando en la oración; soy la sonrisa que yace muerta en los labios; soy una víctima de los estadounidenses”.
Aunque nació en un país bloqueado por las sanciones económicas en enero de 1995, la joven no supo lo que era el dolor hasta la madrugada del 7 de abril del 2003, justo dos días antes de que cayese derribado el régimen sanguinario de Sadam Husein. Aviones A10 Thunderbolt bombardearon con misiles Mawerick y Sidewinder y ametrallaron con proyectiles perforantes de 30 milímetros a los habitantes de la aldea Yilata, situada en los alrededores de Bagdad, en una zona desmilitarizada colindante con el río Tigris, y provocaron la muerte de 16 civiles, incluido un bebé de siete meses, y heridas a otras 40 personas.
Los mandos estadounidenses habían ordenado bombardeos indiscriminados, conocidos con el nombre de “alfombra”, para provocar la huida del enemigo y facilitar el avance de sus unidades mecanizadas. Pero el frente estaba a siete kilómetros, en el estratégico puente de Almuzamna, protegido por fuerzas especiales iraquíes y fedayines árabes.
En el fragor de los bombardeos, el rostro humano se ausentó ante un cielo iluminado con trazadoras fugaces y explosiones rojizas que silueteaban los contornos de edificios despanzurrados. Hasta que de aquel infierno de metralla se levantó Mawj, una minúscula niña de nueve años en aquel tiempo, chorreando sangre y con el brazo derecho a punto de desprenderse. “Estuve a punto de arrancárselo para detener la hemorragia”, recuerda Sana, su madre. Continuar leyendo en magazinedigital.