Isabel-MunozMéxico, 1 dic (EFE).- La fotógrafa Isabel Muñoz habla, y lo hace con pasión, de unas historias a las que se aproximó «con el corazón» hace cinco años, aquellas que le llevaron a países como Nepal, India, Belice y Alemania; relatos de los que su cámara fue testigo, dando por fruto la exposición «Infancia».

«Vivo con todas esas historias, se me puede pasar a lo mejor un nombre, pero las historias de estos niños no, porque para mí el tema de la memoria es muy importante», reconoce la catalana (Barcelona, 1951), quien se encuentra en Ciudad de México para clausurar la muestra, organizada con la colaboración de Unicef en el Centro Cultural de España en México (CCEMX).

Rechaza establecer una distancia entre ella y su trabajo, porque si lo hiciera, «no se identificaría» con lo que hace: «Para mí esto es una pasión, y buscar una distancia en la fotografía es como hacerlo en el amor; para mí eso ya no sería amar», defiende en una entrevista con Efe.

Narrar a través de la imagen y ser testigo es a la vez un «privilegio» y una «necesidad», y para hacerlo prefiere escoger una perspectiva que le permita mostrar «la dignidad del ser humano», para enfrentar el «bombardeo» de imágenes que se vive en la actualidad y frente al cual, en cierta forma, «nos estamos acostumbrando».

En esta ocasión, son los ojos, que «no mienten nunca», los que toman el protagonismo en la exposición, atrapando al espectador desde esta veintena de imágenes de gran formato, la mayoría a color.

Aunque a veces esas miradas se ocultan detrás de manos u objetos, una decisión que la fotógrafa tomó para proteger la identidad de aquellos niños que fueron «violados o abusados».

«Hay trabajos en lo que estás buscando es que ese espectador, que es quien termina la imagen, ponga parte de su universo, y que sean imágenes atemporales, misteriosas… y hay otros, como este, que no te dejan soñar, porque estás siendo testigo de una realidad», señala la catalana, para quien esos niños «están contando la historia de muchos otros».

Las raíces del proyecto se remontan al 2009, cuando se decidió conmemorar el 20 aniversario de la firma de la Convención sobre los Derechos del Niño con la elaboración de un «mapa de la infancia» por el mundo.

En total fueron 20 países -cinco en cada continente-, por los que pasó casi «corriendo», pero que dieron como resultado un trabajo con el que dice haber «aprendido muchísimo».

En este tiempo, Muñoz ha tenido la oportunidad de regresar a algunos de sus escenarios y visitar, años después, a sus protagonistas: «Hay cosas que están funcionando, aunque quede mucho por hacer».

Así, la fotógrafa señala hacia las fotografías de las madres senegalesas que siguieron el «Método Canguro», con el que se ha reducido la mortalidad de los bebés prematuros, que se benefician del calor humano que sustituye al de las incubadoras, para las cuales no hay presupuesto.

Se refiere también a Victoria, una niña de Moldavia que es «uno de los casos de superación más grandes» que ha visto; ella sufrió una parálisis cerebral al nacer, pero gracias a su lucha y la de sus padres está «llena de ilusión y de vida».

Dice que con el paso de los años se ha dado cuenta de que hay gente que «no quiere ver muchas cosas», pero que ella no pierde el optimismo.

«Creo en el ser humano», expresa. Por eso, le gusta hablar «de cómo somos, de cómo hablamos, de nuestros sentimientos»: «No concibo la vida de otra forma», concluye Muñoz.

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