martinferreLa fotografía de Casimiro Martínez Ferrero Martinferre (Bembibre, 1960), fiel a la tradición de una alquimia de laboratorio que conmueve, entre mágica, técnica y ritual, revela la obra comprometida, artística y documental, de un extraordinario y poliédrico fotógrafo.

En la serie “Éter”, entre atmósferas en blanco y negro y reflexiones sobre plata gelatinosa, ha captado, desde la visión de su juventud autodidacta hasta su madurez fotográfica, las esencias de su tierra berciana, sobre la que camina, retrata y escribe con la pasión de quién intenta capturar con minuciosidad retentiva, para transmitir, lo efímero de un paisaje propio, humano y natural que, como el éter, se evapora velozmente.

Se desvanece la luminiscencia esponjosa de las cumbres nevadas del Bierzo, la frialdad de los ríos, las texturas de la mirada sabia y pausada de las gentes del rural que, Martinferre hace perdurables transmutándolas a la vida vibrante que el papel baritado confiere a los gestos, a los objetos, a los lugares y a los ríos entre luces. Nos permite, táctilmente, acariciar la rugosidad milenaria de las cortezas multiformes de los castaños que, tantas veces, como la piel surcada de las gentes, ha atrapado con el aliento del montañero solitario, cámara siempre en ristre.  En sus fotografías, que por primera vez acoge el Museo del Bierzo se manifiestan, entre las columnatas del antiguo presidio, vida y muerte, pasado y presente, reflexión, testimonio, ternura, evanescencia y permanencia.

Francisco-Javier García Bueso

Martinferre ha publicado Diario de un montañero, (1993), Aires de Xistra, Cuaderno de bitácora por el Valle de Ancares, (1997) y Manuscrito de los brujos: Entrepeñas y Penachada, (2011).

Por primera vez, muestra en el Museo del Bierzo algunas de sus primeras fotografías, ya añejas, mezcladas con otras tiradas hoy mismo. Esto da suficiente perspectiva para comprobar que, en esencia, uno nunca cambia, aunque lo intente y pese al inexorable paso del tiempo. Podemos tomar atajos o demorarnos en laberintos; siempre prevalecerá la misma sustancia.  Permanezce en la brecha del cuarto oscuro, fiel a la química de reveladores y fijadores.  Incondicional de los carretes y las placas, de la ampliadora, de la gelatina de plata sobre papel baritado. En definitiva, adicto a esa alquimia que transmuta luz en imagen.  No obstante, la experiencia acumulada en años de trabajo, sigue fascinándole la primera visión del positivo tras apagar el foco rojo y encender el blanco. Parece obra de milagro. La magia de toda esta parafernalia es que, hasta el último instante desconoces el resultado.

Y a fin de cuentas, las más de las veces sólo uno sabe apreciarlo, es consciente del sueño que persigue, tan imponderable como el éter.

Martinferre

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