baby-boomEn el ojo de Anastasia se amontonan barrigas de futura vida, fusiles de tacón, melenas rubias y notas de marcha militar. La cosaca octogenaria la mira de reojo desde el interior del marco que la tiene presa, inmortalizada. La mira Rosa, con su barriga a punto de expulsar su cordón umbilical, y también la observa Marianne, mirada triste desde su mesa de banquete nupcial, como pidiendo al objetivo que la dispara que la rescate de su destino forzado.

Anastasia Taylor Lind (1981) hace suya una cita de Oscar Wilde que dice que si pintas un retrato con pasión al final el óleo acaba siendo un retrato del pintor, no del que posa. «El secreto de la fotografía está en saber captar la cotidianidad del día a día y a través de esa rutina particular poder hablar de temas universales como el amor, el conflicto o la religión», dice a ELMUNDO.es.

Las fotos de Anastasia siguen al pie de la letra el dogma de Wilde. Son una cartografía de su vida. Hablan de ella y de su ojo inquieto, de su objetivo «silencioso y pausado». Sus cosacas rusas evocan la infancia circense de la fotógrafa, con un carromato como hogar, siempre danzando de feria en feria, entre perros y caballos. Sus modelos siberianas son un guiño a su adolescencia de relaciones cómplices y sus soldados kurdas iraquíes apelan a su alma guerrera, siempre lista para disparar.

Esta fotógrafa británica se ha pasado los últimos 10 años retratando a mujeres en algunos de los países mas inhóspitos de la antigua URSS. «Desde que hice el primer viaje siempre me sentí como en casa, quizá porque por mis rasgos parezco rusa», declara la fotógrafa.

Partos

Algunas de sus instantáneas pueden verse en Madrid en la exposición que la Galería Cero ha dedicado a uno de sus trabajos más conocidos: ‘The national womb’ (El útero nacional). En 2008 Taylor-Lind se marchó a documentar el ‘baby boom’ en la república de Nagorno Karabaj, que se independizó de Azerbaiyán hace 20 años.

Tras la guerra que enfrentó a Armenia y Azerbaiyán en los años 90 el Gobierno puso en marcha un programa para incentivar la natalidad y así volver a los niveles de población previos al conflicto. «Se animaba a la gente a casarse y a tener hijos. Un grupo de empresarios financió una boda de masas. En el mismo día se unieron 664 parejas. El Gobierno copió esta iniciativa. Desde 2007 la tasa de natalidad ha aumentado un 25%«, explica la profesional.

La británica se vio fotografiando niños, tripas a punto de dar a luz, maridos adolescentes, novias en edad de jugar con muñecas, parejas felices e infelices. «Nunca había visto un parto y nunca había pensado en la maternidad. De repente empecé a reflexionar sobre todo eso. La fotografía es una manera de explorar la vida de los otros pero también la propia», dice.

Creció sin guerra

A Anastasia el primer disparo le golpeó en la frente. Tenía 16 años. Un día descubrió un libro de Don McCullin sobre Vietnam. Ese día la niña nómada que había crecido sin televisión conoció la guerra. «No sabía que existía, y menos que había gente que se iba a documentarla», dice. «Cuando vi el libro me dije: ‘yo quiero hacer lo mismo'».

Hace una década que siguió el ejemplo de su mentor y ahora integra la agencia VII, una de las mas importantes de fotoperiodismo. Taylor-Lind forma parte de la nueva hornada de miradas jóvenes y prometedoras.

Hacerse célebre le costó un exilio a Siria, donde llegó sin que nadie la conociera y tuvo que disparar mucho y llamar a muchas puertas para poder trabajar. «Como era la única fotógrafa que estaba allí conseguí ganarme la vida», dice.

Cuando volvió a Londres, su base de operaciones, su objetivo ya era conocido. Ahora no tiene que insistirle a nadie. Es su teléfono el que suena, a pesar de que en la capital británica «hay más fotógrafos que taxis«. «No tienes que irte a la guerra para lanzar tu carrera. Lo que te empuja a fotografiar tiene que ser honesto. No importa lo que retrates y donde, lo importante es no abandonar tu hogar, tus principios».

Modelos siberianas

Trabaja para las mejores revistas del mundo, sus trabajos han sido premiados y ha expuesto en la Nacional Portrait Gallery de Londres o la Saatchi Gallery. Uno de los que le han dado fama ha sido el que realizó en Siberia a supermodelos. La inglesa se metió en el transiberiano con un grupo de cazatalentos y plasmó el mundo que rodea a estas niñas con ganas de salir del cascarón. En el relato audiovisual que hizo de su trabajo se mezclan las risas inocentes con las voces de los buscadores de bellezas, melodías de cajas de música con los repiques de un teatro roba-infancias.

«No quería hacer un trabajo al uso sobre la industria de la moda, me chocó la cantidad de chicas jóvenes que emigraban de Siberia para buscar una oportunidad. Para ellas la moda era el billete para conocer mundo. Para mí lo fue la fotografía. Ellas, como yo cuando era adolescente, buscan también poder viajar, salir y conocer gente nueva», dice.

El ojo de Taylor-Lind es empatía. Primero hay que mirar al otro. Después viene el disparo. Por eso, resume, «la foto es el final de un proceso» mucho más largo. Ética y estética, define su fotografía como «silenciosa». Instala su cámara de medio formato bajo su pecho, mide la luz y regula la cámara. No se hicieron los flashes rápidos para un ojo que no pestañea, sino que mira y retiene.

Al final, retratado y retratista de miran a los ojos, no hay visor ni fronteras. «Esta forma de trabajar me permite tener más intimidad con la gente, porque yo soy fotógrafa de personas», dice. Una de sus musas siberianas la mira cómplice con la banda rodeando su 90-60-90. Marianne parece llorarle enfundada en su traje de novia. Quizá sólo el objetivo de Anastasia supo percibir la resignación que escondía el velo blanco. «Lo primero es descubrir quién eres, después contárselo a los demás«.

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