Acacio DiazLa Crónica de León. Fulgencio Fernández
Decir Acacio Díaz en la comarca de Sahagún es recordar a un personaje entrañable y a la memoria de una tierra escrita en papel fotográfico y guardada en cajas. Mejor, decir Acacio Díaz no es recordar a un personaje, es recordar a dos, padre e hijo del mismo nombre, fotógrafos ambos, guardianes de la memoria de aquella tierra uno y otro, buena gente los dos.
Dos personajes que este fin de semana estuvieron juntos. El padre en la memoria, en el recuerdo, a través de las páginas de un libro que vio la luz y fue presentado —Acacio Díaz Valdés. Un testimonio gráfico de Sahagún— y el hijo, el emocionado hijo, como autor de este volumen, como biógrafo orgulloso, y como vecino de una comarca para la que materializó el regalo de acercarles la historia de aquella tierra a través de una selección de fotografías, de su padre y otras que andaban por los cajones de casa.
El encuentro podía ser una sucesión de anécdotas, la profesión de fotógrafo siempre fue un pozo de ellas, y más estando en la mesa uno de los mejores conocedores de la comarca y autor del prólogo, Félix Pacho Reyero, quien dejó muchas y definió al recordado Acacio ‘padre’ como “un hombre de probidad intachable y a prueba de bomba frente a cualquier tentación en un mundo profesional al que no son del todo ajenas la picaresca y la golfería”. Recordó Pacho a otros fotógrafos como “a Florencio Columbrín, de Sahagún, y a Acacio, instalado también en Sahagún, si bien fue antes molinero de los molinos del Esla y del Cea”.
Recordó Acacio ‘hijo’ y recoge en la biografía que forma la primera parte del libro una serie de anécdotas que se convierten en una entrañable historia de aquellos tiempos en los que sus padres llegaron a Sahagún procedentes de Cea y con profesiones anteriores a sus espaldas, pues era miembro de una conocida familia de molineros y campeones de lucha leonesa, repartidos por molinos de toda la provincia, no en vano Díaz Valdés había nacido en Las Salas, donde la familia regentaba uno. “También estuvo en el de La Riba y Santa María del Río, hasta que se casó en Villaverde de Arcayos y se estableció en Cea”. Una ebanistería era el medio de vida de la familia, que contaba con la inestimable ayuda de Catalina Alonso, que fabricaba fideos, muchas veces acompañada de la mujer de otro fotógrafo de la comarca, Berto Rodríguez, que a su vez estaba metido en el cuarto oscuro con Acacio.
Hay una anécdota, tan entrañable como definidora del carácter recto y decidido de Acacio Díaz Valdés. “Quería hacer las fotos de los nuevos carnet de identidad y pintó una caja de negro y poco más, marchó a Joara con la cámara ‘falsa’ mientras mi madre iba apuntando los clientes y cobrando. Con el dinero fue a Foto Exakta y compró la cámara buena, con la que volvió a recorrer todos los pueblos, se disculpó dicioendo que se le habían estropeado las fotos, las volvió a hacer y se las entregó a aquellas gentes que nunca supieron que habían inventado los microcréditos”.
Así eran los tiempos. Así eran aquellas gentes que, de vez en cuando, tenían un golpe de suerte, como lo tuvo Acacio Díaz cuando el gobierno de turno hizo el cambió de la Cédula de Habitabilidad por el DNI y le permitió dedicarse a la fotografía. Más suerte tuvieron las gentes de aquella comarca que siempre podían recurrir a él en cualquier celebración y ahora pueden disfrutar de este libro que su hijo ha escrito con el mimo y el cuidado que sólo puede poner quien sabe de los afanes de un padre para el que “la familia siempre fue el núcleo central de todo”.
Hay una segunda parte del libro en la que además de las fotos de Acacio Díaz Valdés hay otras imágenes muy antiguas “que mi padre conservaba en casa pero que no he podido saber de quien son, pero de gran valor documental de aquellos tiempos”, explica Díaz Alonso. Acacio Díaz ‘hijo’ paseaba estos días, como tantas veces , orgulloso por su pueblo, con razón, sin ser molestado pues no quiere un teléfono móvil que le reste vida y minutos de conversación. Por eso pudo escuchar de los vecinos que conocieron a su padre la frase que definía el momento de la verdad: “Quietos, un momento, por favor”. Porque Acacio ‘padre’ es recordado por todos por su exquisita educación y trato educado con todo el mundo.
– Quietos, un momento, por favor; decía aquel ‘notario con cámara’ que jamás fue un fotógrafo de estudio. “Su estudio era la calle, las bodas, los bautizos”.
Por suerte, habría que añadir.

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