Santas-Liebana“Y… no están todas?” Así se titula la exposición de Fotografía que el próximo 7 de marzo se inaugura en la Galería Ármaga, con obras de Esthér Santás y Julia G. Liébana. Esta exposición, comisariada por Marga Carnero Robles,forma parte de de las actividades del Festival Miradas de Mujeres que coordina en Castilla y León Araceli Corbo.

Por LUIS GARCÍA MARTÍNEZ

En esta ocasión, intentaremos realizar una sintética aproximación a las últimas investigaciones y propuestas de dos integrantes fundamentales del colectivo FOCUS, Esther Santás y Julia González Liébana. Dos personalidades de marcado carácter que cuentan con una amplia y solvente experiencia en el territorio de la fotografía que se encuadra en el ámbito creativo. Ambas son artistas que se sitúan en ese espacio amplio y complejo, de múltiples enfoques y posicionamientos, que podríamos denominar  genéricamente “el arte realizado por mujeres” diferenciado claramente del “arte feminista”, aunque en algunas ocasiones surge la temática de la mujer en sus obras e incluso desde una perspectiva  individual y personal se puedan dar posicionamientos feministas, utilizando este término de forma muy genérica.

Ambas propuestas expositivas se centran en la visión de la mujer y forman parte de un proyecto mucho más amplio: el Festival Miradas de Mujeres. En este proyecto participan un número amplio de creadoras nacionales e internacionales, galerías, museos e instituciones, que pretende aflorar, poner en valor y dar visibilidad a la significativa, y destacada aportación de la mujer al arte actual.

Esther Santás, con un trabajo extremadamente minucioso y cuidado, de configuración extremadamente laboriosa, nos plantea una obra sugerente e intensamente evocadora, que surge plena de matices, generando temáticamente la vinculación directa entre la mujer y el mundo rural o natural. Su obra parte de la utilización de una técnica básica, el collage digital, creando construcciones compositivas de gran complejidad y barroquismo introduciéndonos en unas escenografías magicistas y surreales, que nos recuerdan algunas obras del gran maestro surrealista Magritte, sobre todo cuando la silueta de la figura humana sirve como elemento de ruptura espacio-temporal produciendo una confrontación de choque muy potente tanto en el aspecto visual y formal como en el conceptual. Esther plantea al mismo tiempo un pequeño homenaje indirectamente a los artistas clásicos, tomando como referencia la temática mitológica de “las tres gracias”, sugeridas por esas tres siluetas que surgen en varias composiciones de esta serie “Verano” y “Bosque”. Como no podía ser de otro modo, por la significación que tiene en su trabajo, aporta un tratamiento exquisito del color, que en ocasiones alcanza una gran explosión dinámica, caso de “lombarda” y en otras incorpora una gran riqueza de sutiles matices y degradaciones, caso de “redes”.  De esta forma sus fotografías adquieren un intenso sentido y valor pictórico. Toda su propuesta se articula a partir de la utilización del contorno de la figura femenina, que puede incorporar una leve carga sensual como ocurre en “bosque” o convertirse en una imagen aséptica en “zarzas” o “rebaño”. Esta silueta surgida como un negativo o construida por medio de la simulación de un marco, recordándonos en este último caso a Perejaume, surge ante nosotros rememorando inmediatamente el cuerpo femenino y alcanzando desde su propia formulación inorgánica una gran fuerza conceptual. La carga simbólica por otro lado se hace presente, cuando se plantean paralelismos directos entre la mujer y su función reproductora en “country”, la mujer con un cierto sentido decorativo en “flores”, la mujer y la cultura en “maestra”, un pequeño homenaje que se permite la autora a la Institución Libre de Enseñanza, o la mujer y el trabajo en “mariscadoras”. Este conjunto de obras que nos presenta Esther Santás en esta ocasión supone sin duda una ampliación gratificante del territorio de trabajo en el que normalmente se viene desenvolviendo esta creadora.

La nueva aportación que incorpora en esta muestra colectiva Julia González Liébana supone una implicación muy activa en el espacio crítico y reivindicativo de la mujer. Sus piezas incorporan una cierta melancolía y ensoñación que se hace presente por medio de la utilización de una coloración sepia, que implica, al mismo tiempo, la incorporación del componente fotográfico tradicional. El aspecto de imagen antigua se refuerza con la utilización de una matriz que se superpone sobre la imagen, y que se reitera en varias de las composiciones fotográficas, aportando a la obra un efecto  de rayado, suciedad y desgaste que nos evoca el pasado y el transcurrir del tiempo. Ambas cuestiones, el color y el envejecimiento de las fotografías contrastan con la imagen y prototipo de mujer actual que incorpora Julia a sus obras, situándonos de este modo en ese lugar ambiguo, complejo, inexistente y metafórico, que es la intersección entre el pasado y el presente. De esta manera nos plantea de forma directa, que los tiempos han cambiado desde los primeros pasos del feminismo hasta la actualidad, pero no tanto la situación de los derechos y libertad de las mujeres, baste recordar lo que está ocurriendo en nuestra sociedad en relación al aborto o las relaciones económico-laborales. Esta hipótesis de crítica y denuncia se hace más intensa y se refuerza con crudeza, cuando nos enfrentamos directamente a una imagen tremendamente dura e impactante, en la cual se presenta una adolescente desnuda de torso para arriba, que cubre y niega su identidad con una gran melena a modo de burka islámico y aparece con sus manos inmovilizadas en la espalda. La sensación de indefensión y desprotección nos invade ante esta figura humana, a pesar de la delicada y cuidada estética tanto formal como compositiva que utiliza Julia. Algo similar ocurre cuando se niega la comunicación visual y al mismo tiempo una parte muy importante de la identidad, que viene definida por nuestros ojos, así estos aparecen en todas las obras cerrados o anulados por manos o gorros. Se presenta de forma muy evidente que se niega uno de los sentidos fundamentales en el conocimiento, la vista, pero también la palabra; la mujer no se puede comunicar ni expresar, incluso la máscara surge en algunas obras como protagonista de ese cambio de personalidad, esa transformación en otro ser diferente, ese ser que niega y anula la verdadera personalidad de la mujer. En una de las obras, en el retrato de una mujer con pestañas postizas en las manos, hace un guiño a un gran fotógrafo español Chema Madoz, generando una imagen surrealista. Sin duda Julia nos presenta una aportación crítica de la sociedad actual de gran interés.
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