Eduard-WestonNo podía haber empezado mejor. Aún no se había inaugurado oficialmente  PHE13 -inauguración que tuvo lugar el pasado miércoles 5 de junio- y ya habíamos podido disfrutar de al menos un par de extraordinarias exposiciones, a las que, desde luego, pienso volver.

Sólo por ver a esos dos -Gowin y  Callahan- ya merece la pena el viaje a Madrid,
me comentaba hace días un asiduo visitante de las ferias y festivales fotográficos que se celebran en la capital. Y no le faltaba razón.

La exposición de Emmet Gowin (Danville, Virginia, 1941) en la Sala Azca de la Fundación Mapfre, que se adelantó una semana al calendario oficial, es una auténtica preciosidad. La más amplia retrospectiva realizada hasta la fecha. La primera que se realiza en España -y que viajará después a la Sala Rekalde de Bilbao- de uno de los fotógrafos más grandes e influyentes de los últimos 40 años. Grande, sí, aunque quizá no suficientemente conocido y, desde luego, poco visto por estos lares. Casi 180 fotografías, en orden cronológico, que abarcan toda la trayectoria del fotógrafo (1963-2012), agrupada en sus temas principales: mujer, familia, entorno; viajes por Europa y Asia (aquí, Matera en Italia y Petra en Jordania); la erupción del volcán St. Helens en Washington y los territorios devastados por la acción del hombre en EEUU, primero, y otros países, después. Más recientemente, los insectos, las mariposas nocturnas -work in progress- y su mujer, de nuevo, o las fotografías aéreas realizadas en Andalucía, en color, por encargo de la Fundación Mapfre.

Algunos temas me gustan más que otros y, dentro de ellos, tengo mis imágenes favoritas, como es normal, muchas de las cuales faltan en la selección que nos ofrece el gabinete de prensa y que incluimos más adelante. Pero, para eso está la exposición.

Influenciado por su educación religiosa y su matrimonio con Edith Morris, el ingreso en la Rhode Island School of Design, la ayuda de Harry Callahan, el gusto por la técnica, la cámara de 4×5 pulgadas y el cambio de mirada asociado a ella, entre otros, dan como resultado una acelerada madurez artística. En 1971 ya expone con Robert Adams en el MoMA de Nueva York.

Poco después y tras la muerte de la abuela de Edith, empieza a realizar fotografías de naturaleza, que alcanzan un nivel extraordinario en las fotografías realizadas en el monte St. Helens durante los primeros años de la década de los 80. Esta es la virtud de una fotografía de paisaje: que el corazón encuentre un lugar donde quedarse, escribe en 1994. Después vendrán las imágenes que ilustran las huellas que el hombre ha dejado sobre el paisaje y así sucesivamente, hasta hoy, de vuelta a Edith entre mariposas.

Considero mi obra como varias hebras de un mismo hilo. Mi evolución desde un enfoque intimista, centrado en la familia y en su entorno más inmediato, hasta una toma de conciencia más amplia del paisaje y una aceptación de la era nuclear fue un paso natural y necesario para mí. Al retroceder en el espacio físico y mental, pude ver no solo que nuestra familia tenía su sitio en la Tierra y era sustentada por ella, sino que la tierra vegetal y biológica nos había hecho a todos (EG, 1990).

Emociona ver el trabajo de Gowin y emociona también verle a él que, a su vez, se emociona mientras habla de su trabajo o contesta a las preguntas de los periodistas. Y emociona, ya en casa, hojear el catálogo, que incluye una amplia cronología y textos de Keith Davis, conservador jefe de fotografía del Nelson-Atkins Museum of Art; de Carlos Gollonet, comisario de la exposición; así como un texto manuscrito por el propio Gowin al inicio de su carrera como artista, y, sobre todo, el discurso de despedida que él mismo ofreció en la Universidad de Princeton en 2009, al retirarse tras 42 años de docente. Aunque, sin duda, la mejor manera de conocerle es volver a ver las fotos, esas fotos que no enseñé a mis padres durante muchos años, precisamente para que no me conocieran del todo.

Callahan y Weston

Durante la rueda de prensa mencionada alguien preguntó a Gowin sobre Nicholas Nixon, supongo que en relación a la imagen
Edith Ruth y Mae, Danville (Virginia), 1967, cuando uno de los referentes obvios es Harry Callahan, su profesor en Rhode Island. Resulta que, como tenemos el cuerpo como tema de esta edición, no es extraño coincidir con él, con Callahan, en la exposición que lidera la amplia participación del Círculo de Bellas Artesen PHE13.

Hablo de El, ella, ello. Diálogos entre Edward Weston y Harry Callahan. Harry Callahan (1912-1999), del que hablamos recientemente en estas páginas a raíz del aniversario de la muerte de Eleanor, y Edward Weston(1886-1958) son dos de los grandes maestros americanos de la fotografía, que trataron ampliamente el tema del desnudo y cuya obra hemos podido ver en más ocasiones. Por eso se agradece la novedad de este interesante diálogo propuesto por la comisaria Laura González Flores (México, 1962), diálogo del que también Gowin, algunos kilómetros Castellana arriba, podría sin duda formar parte.

Más allá del vínculo evidente entre cuerpo y naturaleza en la fotografía de ambos, lo que el espectador percibe en éstas es afecto: una conexión vital del fotógrafo (Él) y su tema (Ella, Ello) que se termina transmitiendo al espectador como emoción sensible. Esa es en síntesis la historia que cuenta la comisaria, en una elaborada tesis que se incluye en el catálogo, este sí, editado por La Fábrica.

La misma, o parecida, historia en tres representantes de tres generaciones diferentes. Porque más de 25 años separan el nacimiento de Weston del de Callahan  y 30 el de éste del de Gowin. Una mirada más sensual en Weston, más amorosa e inocente en Callahan, y  más espiritual, quizá, en Gowin.

Permítamente que para terminar y puesto que Gowin es un clásico norteamericano vivo, haga referencia a la reciente concesión del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades a Annie Leibovitz(Connecticut, 1949), posiblemente la fotógrafa más famosa y mejor pagada del mundo, según destaca algún periódico local, especializada en retratos de celebridades realizados con la ayuda de decenas de colaboradores. Ya. Será porque los premios, que se conceden desde 1981, están destinados a contribuir a la exaltación y promoción de cuantos valores científicos, culturales y humanísticos son patrimonio universal.

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