ARLES-2016El País / Entre turistas que buscan el rastro de Van Gogh en la ciudad donde se cortó una oreja, han circulado en la última semana cerca de 15.000 fotógrafos, comisarios, galeristas, coleccionistas, críticos y aficionados. Desde hace casi medio siglo, acuden en masa a los Encuentros de Arlés, principal certamen fotográfico en el continente europeo, pensado como un observatorio de tendencias en el mundo de la imagen, que cada verano acoge a unos 100.000 visitantes. En total, 40 exposiciones abiertas en distintas sedes hasta el mes de septiembre ofrecen una apasionante panorámica, que abarca desde el patrimonio heredado del siglo pasado hasta el último grito.

A Laia Abril, fotógrafa barcelonesa de 30 años, la paran por la calle para darle las gracias. Su exposición, que refleja las dificultades para abortar en países donde la interrupción del embarazo es ilegal o está severamente limitada, la ha convertido en uno de los descubrimientos del festival. Abril regresó a España hace dos años tras vivir en Nueva York e Italia, donde fue directora artística de la revista Colors. Al aterrizar, descubrió un anteproyecto de ley que suponía una marcha atrás de más de tres décadas. “Estaba buscando temas que explicaran cómo, a lo largo de la historia, se ha controlado la libertad de la mujer. Cuando vi que en mi propio país sucedía eso, abrí los ojos”, explica. En una esquina, aparece un dron que una asociación por el aborto utiliza para distribuir píldoras abortivas en países como Polonia e Irlanda del Norte.

Su muestra, primer capítulo de un nuevo proyecto sobre la historia de la misoginia, supera las fronteras habituales del género clásico del reportaje. Contiene imágenes de archivo que no tomó la fotógrafa, además de imágenes reconstituidas, testimonios escritos y pantallas de vídeo, y hasta una camilla ginecológica y una alambrada de perchas metálicas, el objeto más utilizado en los países donde el aborto es clandestino. “Me formé en el fotoperiodismo, pero sus reglas me parecen demasiado rígidas. En países como Brasil o El Salvador, las mujeres son atadas a sus camas por los médicos cuando se sospecha que han abortado. Hacer esa fotografía me costaría décadas, si es que llegara a ser posible. No voy a dejar contar esta historia solo porque no puedo tomar esa imagen”, sostiene Abril.

En sa misma dirección rema el portugués João Pina, de 35 años, que ha pasado una década investigando la Operación Cóndor, el plan militar secreto promovido en los setenta por seis dictaduras derechistas en Latinoamérica, con el objetivo de eliminar a militantes comunistas y otros agentes de subversión. Retratos tradicionales de personajes traumatizados por la tortura son alternados con documentos policiales y de archivo, objetos encontrados en las fosas comunes e interiores de los antiguos centros de tortura. También algunos rastros de aquel tiempo en el presente. Por ejemplo, un avión desde el que se lanzaban disidentes al Atlántico sirve hoy de valla publicitaria para una tienda de material de construcción en las afueras de Buenos Aires.

“Como Abril y Pina, cada vez más fotógrafos se acercan a la fotografía documental con nuevas estrategias. Ya no tienen la finalidad de publicar sus reportajes en Life o en Paris Match, como sucedía hace décadas. Creen en la exposición es un formato más eficaz. Quieren ir al fondo de las cosas y alcanzar una mayor profundidad, que muchas veces pasa por la hibridación con otros géneros”, explica el director del festival, Sam Stourdzé, que tomó las riendas el año pasado.

Otro de los ciclos temáticos de esta edición gira alrededor de la fotografía callejera, otro género clásico al que las últimas generaciones han dado otra vuelta de tuerca. El festival se centra en pioneros como Sid Grossman, jefe de filas de la fotografía social estadounidense, o Garry Winogrand, conocido por sus instantáneas del asfalto neoyorquino. A su lado, destacan fotógrafos más jóvenes como Ethan Levitas, que explora Manhattan con encuadres recortados y ángulos aleatorios, igual que el irlandés Eamon Doyle retrata un Dublín lleno de personajes de rictus agriado.

No faltan las retrospectivas sobre los grandes nombres, reexaminados desde ángulos novedosos. Lejos de sus conocidas imágenes sobre Vietnam, el festival expone sus primeras series sobre el norte de Inglaterra, ese que ahora apoya el Brexit. La irreverencia está representada por las alocadas imágenes del cotizado Maurizio Cattelan, concebidas para su revista Toiletpaper. Una muestra sobre engaños y errores en la fotografía incluye una serie de Joan Fontcuberta, que simula haber capturado la Vía Láctea en imágenes que, en realidad, son solo manchas en su parabrisas. La fotografía africana está representada por una serie sobre la industria cinematográfica en Nigeria, el llamado Nollywood. Y otra exposición revisa el poder icónico de la Estatua de la Libertad y su astuto uso propagandístico a finales del siglo XIX. Después de todo, su autor, el artista Auguste Bartholdi, empezó su carrera como fotógrafo.

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