Alexandra_avakianQuesabesde / El genocidio armenio es uno de los pasajes más silenciados de la historia. Ahora que se cumplen cien años, el gobierno turco, heredero del Imperio otomano que masacró más de un millón de armenios, continúa sin reconocerlo. Alexandra Avakian pertenece a esa diáspora que vuelve con orgullo hacia su historia. En un viaje fugaz y no exento de peligro, la reputada fotoperiodista estadounidense documentó los restos humanos en las fosas de Der Zor, uno de los enclaves más emblemáticos del genocidio.

Antes de nada es importante poner en contexto que la parte de la península de Anatolia que hoy pertenece a Turquía, así como el noroeste de Irán, eran regiones del Imperio armenio antes de que los turcos llegasen desde Asia central en el siglo XI atacando al pueblo armenio, matando y conquistando tierras. Los kurdos y los asirios también son pueblos indígenas de las regiones adyacentes.

Gracias a mi padre, que es armenio-estadounidense, he conocido la historia del genocidio armenio de 1915 desde mi infancia. Más tarde supe que varios miembros de nuestra familia lograron escapar del genocidio en Turquía. En el noroeste de Irán otra rama de mi familia ayudó a algunos de los últimos armenios que defendieron sus pueblos en el lado turco de la frontera con el país persa curando, alimentando y escondiendo en el granero de mi bisabuelo a los que lucharon, así como a varios niños.

La nuestra era una familia prominente, pero incluso así varios miembros fueron encarcelados y maltratados por la implicación familiar en la causa. El consulado ruso en Irán avisó a mi familia de que el genocidio podría ir más allá de la frontera, y ayudó a grupos de armenios -incluida mi familia- a escapar con los asirios a regiones más al este.

Como fotoperiodista, desde finales de la era soviética y hasta la actualidad he viajado muchas veces a Armenia con encargos para las revistas Life, Time y National Geographic. Pero no fue hasta que un buen amigo me explicó lo que había visto en Siria que supe de los restos humanos que pueden verse en la fotografía. Durante el genocidio Siria estuvo bajo control turco.

Supe inmediatamente que debía documentar aquella evidencia; hoy habría sido una tarea imposible de llevar a cabo. Algunas de las fosas comunes ya estaban amenazadas por la agricultura y la extracción de petróleo, entre otras cosas. La Fundación Hirair y Anna Hovnanian, que se encarga de dar apoyo a la educación, la cultura y la ciencia, subvencionó los costes que me generó esta parte del proyecto.

En concreto, la foto la hice en Der Zor, uno de los lugares donde el genocidio se cobró más víctimas. Es el interior de la Iglesia del Memorial del Genocidio Armenio, destruida durante la actual guerra civil siria. En la imagen aparecen un sacerdote y una mujer colocando cirios en la base del memorial que contiene los huesos de víctimas del genocidio. Más de un millón de armenios fueron forzados a marchar por el desierto para ser asesinados en las zonas que los otomanos ocupaban de Anatolia y Siria.

La imagen la tomé en un viaje rápido a Siria durante la celebración del 90 aniversario del genocidio armenio, en 2005. Por aquel entonces hacer estas fotos fue algo muy arriesgado porque se trataba de una historia prohibida: estuve con gente a la que más tarde interrogó la policía secreta.

En total estuve tres días en las fosas comunes, moviéndome sin parar. Me ayudaban dos expertos en el genocidio: un diplomático sirio, un conductor y un sastre cuya tarea extraoficial era vigilar las fosas. Cuando acabé tuve que abandonar el país antes de lo previsto y desde otro aeropuerto.

Ahora que se cumplen cien años del genocidio los sirios de origen armenio -descendientes por tanto de los supervivientes de las masacres de hace un siglo- huyen de la guerra civil entre las fuerzas de al-Assad y los rebeldes del Estado Islámico. Están sufriendo igual que el resto de cristianos y musulmanes sirios.

Algunos permanecen para tratar de proteger sus hogares y a aquellos que no pueden huir. Con todo, sus barrios, sus antiguos zocos, su arqueología y sus monumentos, sus lugares de rezo, su propia historia y lo más importante, sus vidas, están siendo amenazadas y destruidas. Otros con más suerte viven en regiones por el momento más seguras, como Damasco, el Líbano o Armenia.

Toda la experiencia de mi familia en la región y la mía propia como fotoperiodista en Oriente Medio me llevaron a publicar el libro “Windows of the Soul: My Journeys in the Muslim World”, un punto de vista empático y equilibrado sobre los musulmanes que viven desde California hasta Asia Central.

Artículo anteriorUn León que se parece a Chicago
Artículo siguienteConstruyendo mundos, la fotografía de arquitectura de 18 grandes maestros