BoixEl País / El fotógrafo Francesc Boix (Barcelona, 1920-París, 1951) fue un breve héroe de trágicos sobresaltos. Exiliado solitario con 18 años, su padre fue liberado en 1942 de una cárcel franquista para morir; perdió el contacto con la familia, fue de diversos campos de concentración franceses a una compañía de trabajadores extranjeros forzados, capturado por los nazis, llevado a Mauthausen donde ocultó 2.000 negativos sobre la barbarie con los que se inculpó a los jerarcas nazis en los juicios de Nuremberg (identificó allí al arquitecto Speer como visitante del campo) y murió de tuberculosis en 1951 en París medio mal visto por los comunistas (¿qué debió haber hecho para poder salir vivo de ahí?).

Ayer, la vida de Boix dio otro brinco azaroso: una mezcla de suerte, perseverancia, solidaridad y ciencia permiten afirmar que es el autor de unas 800 imágenes de la Guerra Civil, que constituyen el Fondo Argelers. Las instantáneas han permanecido en el anonimato hasta ahora y fueron salvadas hace cuatro meses de una subasta por Internet por la Comisión de la Dignidad, asociación que ha litigado por el regreso a Cataluña de los papeles de Salamanca, y a través del micromecenazgo los adquirió por 7.500 euros.

Cuando se hizo público el hallazgo se difundió la foto de una pareja, un capitán republicano y su prometida, pensándose que podía ser el fotógrafo; la mujer parecía llamarse Maria Fabregat. Entre las llamadas recibidas, una persona los identificó como sus abuelos. Aportó una copia: eran Ventura Pau y Montserrat Sureda. Como Pau escribió unas memorias, tenía en el reverso un texto mecanografiado: era del 2 de junio de 1938 en Vilanova de Meià cuando de la sección femenina de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) fueron al frente a entregar una senyera a los soldados. La imagen, decía la nota, fue tomada “por el fotógrafo de la 30ª División, Francesc Boix”.

A esa pista se añadieron dos más: un combatiente del frente del Segre reconoció en otra a Maria Fabregat como su cuñada: estaba en la sede de las JSU, donde trabajaba de secretaria y habría comentado que por ahí corría un fotógrafo llamado Boix… Casi en paralelo, de entre los negativos que más rápido se descomponían, Ricardo Marco, de la asociación Fotoconnexió que investiga el material, trató con urgencia uno y descubrió al dirigente comunista Gregorio López Raimundo abrazado a un jovencísimo miliciano: de nuevo, Boix.

Los 1.380 negativos estaban en tres cajas de metal y madera. En las primeras, unas 600 imágenes de Barcelona entre 1931 y 1935: Francesc Macià en las elecciones de 1931 y 1932; los Fets d’Octubrede 1934; monumentos de Montjuïc; playas barcelonesas… En la de madera, las casi 800 de guerra, del frente de Aragón hasta el Segre. La mayoría estaban envueltas en papel con notas a lápiz o tenían anotaciones en papeles adjuntos. Una prueba caligráfica ratificó que las de guerra estaban escritas por Boix, pero las de la ciudad, siendo muy parecidas, pertenecían a una persona mayor: su padre, Bartomeu Boix, sastre amante de las fotos. Es lógico pensar que las imágenes sean suyas por la temática (era filoanarquista) y porque el hijo tenía entre 11 y 15 años en el momento.

¿Por qué llevaba Boix encima esas instantáneas de su padre? “Parece una selección de rincones y de hechos históricos de Barcelona”, lanza Josep Cruanyes, portavoz de la comisión, quizá un legado memorialístico gráfico para quien marcha solo al exilio. Pero alguien que a los 16 años ya trabaja para la revista Juliol del JSU y que no teme ir al frente, si bien por edad no se le debió dejar acercarse mucho a primera línea, lo que explicaría que parte de sus imágenes reflejen la vida de retaguardia de la división.

En una foto de Robert Capa de marzo de 1939 sobre refugiados republicanos de tránsito entre Argelès y Le Barcarès se ve a Boix con una maleta, quizá con esos negativos. Se debió deshacer de ella cuando los trabajos forzados. Quizá la dejó a alguien de confianza o, antes, a un oficial francés del campo de Argelès. No se supo de su contenido hasta que en julio de 2010 salió a subasta en Barcelona por 27.000 euros. No encontró comprador. Luego, reflotó en Internet.

Las imágenes, cuando estén restauradas y sean expuestas en Bilbao y en Cataluña, serán donadas al Archivo Nacional de Cataluña por la comisión, que así ha evitado un nuevo caso Agustí Centelles, a pesar de que la Generalitat declinó adquirir el fondo. Será un futuro más tranquilo que el del propio Boix: el fin de la concesión administrativa de su tumba en un cementerio de París amenaza ahora con dar con sus restos en una fosa común.

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