Duccio-MalagambaEl País / ¿Están poniendo los fotógrafos el alma a los nuevos edificios? Hace años que la fotografía dejó de retratar la realidad. Eso se multiplica en el campo especializado de la fotografía arquitectónica. Se le pide a una imagen bidimensional que nos cuente un edificio, que comunique su respiración. Así, la fotografía ya ni retrata ni falsea, ha pasado a intentar capturar lo intangible, lo que no se puede ver.

El último Premio Arcaid de fotografía de arquitectura revela no cómo la fotografía es capaz de manipular la imagen sino como es capaz de inyectar vida a los espacios, lugares o interiores. Desde cómo se arraiga un edificio -en imágenes de Kem Schluchtmann que parecen más cercanas al National Geographic que a cualquier publicación sobre arquitectura hasta la narración implícita en la manera de contar de Duccio Malagamba cuando retrata el nuevo Centro de Congresos de Dalian.  El inmueble de Coop Himmelblau refleja la nieve que un fotografo es capaz de espera a que caiga. Gracias a ese manto blanco, la dureza de la ciudad china desaparece y la suciedad del gris se cambia por la luminosidad del blanco. Vivimos un tiempo en el que tantas fotografías son mejores que los edificios. Sucede como con las modelos y las actrices: ni ellas pueden competir con la imagen de ellas mismas que venden las revistas.

Con todo, aunque el trabajo de los arquitectos consigue efectos asombrosos, difícilmente podrá superar un emplazamiento fuera de serie, o un sencillo juego de sombras captado por un fotógrafo atento.

Cómo los ciudadanos se apropian de la arquitectura es una lección que ni arquitectos, ni fotógrafos ni políticos deberíamos despreciar ahora que los centros monumentales se llenan de hierros y pinchos que invitan a mirar sin tocar y a no sentarse en la calle, en un alfeizar o donde no se tenga que pagar.

Los mejores fotógrafos están atentos tanto al objeto que en tantas ocasiones son los nuevos edificios como al diálogo que éstos establecen con el contexto.

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