Una de las magníficas representantes que la fotografía tiene de nuestra provincia, siendo entre 2014 y 2016 presidenta de la Asociación Focus.

Volvemos hoy nuestra mirada, una vez más, a la fotografía. Y no será la última, puesto que León pasa en estos momentos por una más que buena salud en lo que a esta disciplina artística se refiere, también en la realizada por mujeres.

Es Julia G. Liébana (nacida en León), una de las magníficas representantes que la fotografía tiene en nuestra provincia, con una dilatada trayectoria que comienza allá por los años 90, cuando la casualidad la lleva a realizar un curso de fotografía analógica que supondrá un punto de inflexión en su relación con el mundo artístico, que hasta entonces mantenía a través de la práctica de la acuarela y el gouache. Desde ese momento sustituye los pinceles por la cámara e iniciará un camino que ya no abandona, en el que sigue formándose de manera autodidacta, buscando más y más de esta técnica, siempre inmersa en un constante búsqueda y experimentación, que la llevan a participar desde entonces en numerosas exposiciones individuales y colectivas, por la geografía nacional e internacional, para compartir con el público el resultado de dichos trabajos. Y, en ese camino, el reconocimiento que le irá llegando a través de la obtención de diversos e importantes premios a su obra, un camino que ha compartido –casi desde el principio- con otros compañeros y compañeras de la Asociación de Fotógrafos leoneses Focus, reconocida asociación fotográfica de la que fue presidenta entre los años 2014-2016, siendo actualmente «socia de honor» de la misma.

El trabajo creador de Liébana en fotografía, va pasando de lo analógico a lo digital, siempre marcado su camino por la experimentación, que es una de las características de su trayectoria artística y que comenzaría primero en un laboratorio en blanco y negro, probando con químicos y el papel, hasta llegar a la experimentación con lo digital, a través del ordenador. Y aunque prueba muchas técnicas, investiga por diferentes caminos, en más de una ocasión ha dicho preferir el uso del blanco y negro por lo que para ella tiene de «dimensión más irreal y ambiente más intimista». No abandona lo analógico en aras de lo digital, antes al contrario, trata en muchas ocasiones de conjugar ambas, buscando en ellas esa armonía capaz de demostrar «que no deben existir enfrentamientos entre ambas técnicas».

En su evolución, dicen los críticos que, con el tiempo, sus imágenes han evolucionado desde el clasicismo de los inicios hasta su obra reciente, de carácter más intimista y conceptual, con trabajos en los que la fotógrafa «utiliza el valor expresivo del color y de las texturas para enfatizar ese aire misterioso, entre lo terrenal y lo espiritual, aportándoles un efecto pictórico más propio de una obra única que de una fotografía».

Los temas que llenan la obra de Julia González giran en torno al trabajo con flores y el cuerpo humano, fundamentalmente el cuerpo femenino. En el caso de las flores es todo un laborioso trabajo que la lleva a incidir en la belleza de las mismas trabajando los colores y las formas con las luces y las sombras de tal manera que, como alguna vez comentó Marcelino Cuevas, las llega a tratar «de una manera que pictóricamente pudiéramos llamar abstracción», retratándolas «como si de personajes humanos se tratara, intentando buscar su carga emotiva, reflejando delicadamente el paso de los elementos vegetales por la vida».

En el caso de la utilización del cuerpo humano, busca a través del mismo transmitir emociones y sensaciones que no dejen impasibles a quienes contemplan sus obras. Y cuando ese cuerpo se orienta hacia el retrato de mujeres, busca retratarlas con la misma delicadeza que hace con las flores, poniendo el énfasis en una cierta elegancia y sutileza que a menudo nos las presenta bajo un halo enigmático, donde sus rostros aparecen cubiertos para hacer desaparecer su individualidad en aras de convertirlas en un retrato colectivo, donde las modelos pasan a convertirse en retratos universales de lo femenino que muchas veces nos invitan a reflexionar sobre la situación de la mujer en el mundo actual, donde no pocas veces estas se ven privadas tanto de su identidad como de la posibilidad de comunicarse y expresarse, llegando a negar y a anular su verdadera personalidad. De ahí su afán de presentar sus retratos con los ojos cerrados o anulados por diversos elementos, al igual que su boca, de la que sale su palabra, los símbolos del conocimiento y de la comunicación.

Y de la fotografía, de la imagen fija a la imagen en movimiento pues, desde hace un tiempo, realiza incursiones cada vez más frecuentes en el mundo del cortometraje, como los tres que de momento ya cuentan en su haber (‘Identidad’; ‘Estudio sobre la luna’ y ‘Color violeta, pliegues sobre la memoria’), en un nuevo proceso de investigación creadora que sin duda nos mostrará una nueva dimensión de esta artista cuya obra no debemos perder de vista.

Vía La Nueva Crónica: https://www.lanuevacronica.com/julia-g-liebana-un-delicado-intimismo
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