José Oliva. Barcelona «Comencé a hacer autorretratos como un juego», decía ayer Alberto García-Alix en la presentación de Autorretrato, la más amplia exposición organizada en Barcelona sobre la obra del fotógrafo español actual más internacional. La muestra, que se exhibirá del 7 de febrero al 5 de mayo en el Palau de la Virreina, de Barcelona, ofrece al público el García-Alix más íntimo a través de 76 obras del artista.

El comisario de la muestra, Nicolás Combarro, subraya que no se trata de una retrospectiva ni una colección de autorretratos, sino que es «una radiografía de sí mismo». Como se hiciera en la exposición que organizó el Museo de Arte Reina Sofía, de Madrid, en Autorretratoaunque hay «un orden cronológico, es su propio testimonio el que va conduciendo la narración».

A través de interiores de habitaciones, objetos de los más variopintos, su figura enmascarada o fragmentos de su cuerpo, García-Alix establece, en palabras del comisario, «un monólogo con su propia imagen».

Además de las fotografías, en la exposición se proyectan dos de sus vídeos: la trilogía Tres vídeos tristes(2003) y De donde no se vuelve (2008), realizados por García-Alix a partir de su obra fotográfica. Según Combarro, «los vídeos son un ejercicio de generosidad de Alberto, porque sirven para que el espectador se meta literalmente en su obra». El artista no ha ocultado cierto «miedo» a esta muestra pues lo deja en una situación de excesiva «sobreexposición».

«Soy tímido», confiesa ante las risas incrédulas del auditorio, y añade que no hace fotografía para vencer esa timidez. «Hacer -dice- fotografía no me da ningún pudor. Tener la cámara en la mano tiene un sentido depredador, con intencionalidad, y por eso siempre rechazamos a alguien que quiere hacernos una foto, porque desconocemos su intención». Sin embargo, García-Alix sólo hace retratos a aquellas personas con las que establece una relación de confianza y no le interesa la foto robada en la calle.

Como fotógrafo se revela «un ser malicioso» y explica que «incluso en lo más escabroso, lo más duro, se puede encontrar alguna idea estética», y pone como ejemplo que hace un tiempo visitó una morgue y allí vio a una mujer asesinada con 17 puñaladas, algo que «no es bello, es trágico», pero en el retrato que hizo de aquella mujer se puede encontrar belleza a través de la composición o de la iluminación.

Desde los primeros negativos del artista de finales de los años 70 se pueden ver fotografías en las que aparece autorretratado en actitud desafiante, como si la cámara fuera un elemento al que tuviera que seducir, o posando en escenografías de su vida en las que siente la necesidad de ocupar el espacio que fotografía. También son frecuentes las acciones que él mismo ejecuta ante la cámara para generar una ficción paralela a su realidad.

Con el tiempo, sus autorretratos han ido evolucionando desde planos más generales hasta primeros planos o incluso aproximaciones extremas, casi macroscópicas, en las que su rostro está recortado por el encuadre. A esta última tendencia pertenecen las fragmentaciones fotográficas de su propio cuerpo, o cuando él mismo sostiene algún objeto o elemento que le es propio. La moto es uno de esos objetos recurrentes en su obra, que, para García-Alix, es sinónimo de «alegría de vivir». Se atreve el fotógrafo a teorizar sobre esa evolución en sus cuarenta años de trayectoria: «Comencé sin casi referentes fotográficos y he evolucionado en paralelo a la evolución de mi vida. He evolucionado aprendiendo a escuchar mi voz interior y los años me han hecho más preciso, conciso». Rechaza categóricamente que se le califique como «el fotógrafo de la Movida madrileña»: «Yo no fotografié la movida, la viví como actor pleno y fotografié mi entorno más propio, pero ya me hubiera gustado tener conciencia de fotógrafo».

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