Antonie DagataRafael Villaécija. París. El fotógrafo de Magnum se reencuentra con el lado oscurísimo de París.
Después de décadas de nomadismo, el apátrida se ha comprado 30 metros cuadrados de sosiego en Arles, la capital estival de la instantánea. Para tomar aire. Su pequeño estudio en esta localidad del sur francés es el entreacto de su gigantesca función, la que inició hace 20 años, cuando disparó el primer negativo entre tinieblas. Desde entonces Antoine D’Agata no ha dejado la noche, su lugar en un mundo cuyo lado oscuro ha retratado sin tregua.

Tras años en las mazmorras, este marsellés sale del abismo para poner el acento en el mensaje político que hay tras su objetivo. Su grito de denuncia se llama ‘Anticuerpos’ y ocupa las salas del centro Le Bal, en París. Habla de la violencia del mundo y sus efectos en los cuerpos rotos por la bofetada que la realidad les ha dado.

Su obra es un espejo incómodo que habla de la violencia sonámbula, la de los prostíbulos y las drogas. Aunque esta violencia nocturna, explica el artista a ELMUNDO.es, es sólo un reflejo de la diurna, la institucional. «La violencia es algo universal: la económica, la del trabajo, la de la guerra, la explotación. Yo documento el sufrimiento del mundo en el que vivimos todos y como éste habita en los cuerpos».

‘Anticuerpos’ habla del individuo que intenta sobrevivir a ese azote sibilino que erosiona desde la penumbra la carne. «Sus heridas son en realidad un antídoto a la muerte, a ese mal que se le inflige desde los distintos ámbitos«, explica. En sus retratos amorfos, sus desnudos cadavéricos de mujeres de la calle y sus torsiones enfermas y fantasmales habita «una forma de dignidad, de pureza», de pulsión de supervivencia.

Heridas

Sus cuerpos hablan de una herida que supura para expulsar el daño, intentan buscar su lugar en esa existencia tortuosa. El propio d’Agata participa en esa marginalidad con su propia carne maltratada, torturada a pinchazos de adicción. Por eso la exposición es una autobiografía, recorre el descenso a los infiernos del artista.

«He tratado de darle coherencia a todo mi trabajo, de intentar que se entienda mejor su lado político. Hasta ahora solo había mostrado el extremo de la violencia de noche, pero ese es solo el revés de la moneda. Por primera vez quería poner la violencia de la noche en el contexto de la violencia del día. Mostrar cómo esos dos mundos coexisten», explica.

Sus escenas de sexo con prostitutas, sus autorretratos y sus escorzos desnudos son incómodos de mirar. El propio Antoine lo reconoce. Dice que si no formara parte de la prestigiosa agencia Magnum la gente le tomaría por un loco. Cree que ahora el espectador sí está más preparado para entender su trabajo. La crisis ha extendido esa violencia que antes solo sufrían algunos. Ahora todos nos vemos reflejados en el mismo espejo, víctimas de una misma maquinaria que deslavaza cuerpos y los lleva a la autodestrucción.

«La gente vive la crisis casi de manera física. Ahora comprenden el sufrimiento, la intensidad y la tensión que emerge de la economía. Antes era más fácil rechazar las fotos porque no les afectaban, pero ahora el espectador está más sensible a unas imágenes que antes consideraba excesivas. Es más fácil tener empatía con la gente frágil y torturada».

Potente instalación

Por eso la retrospectiva es una nota a pie de foto. Un intento de que se entienda un mensaje a veces de difícil lectura entre tanta oscuridad. Una manera de hacerle justicia a su obra fotográfica. «Había muchas dudas sobre el trabajo de Antoine, a veces se ha malinterpretado, porque es difícil de entender y porque el mensaje no es evidente. Era necesario hacer una relectura», explica la comisaria de la muestra, Fannie Escoulen.

Para el equipo encargado de organizarla fue todo un reto resumir más de 20 años fotografiando la noche. Era necesario pensar en una instalación «lo suficientemente potente como para mostrar la fuerza del trabajo experimental de D’Agata», para que el mensaje fuera limpio y no haya más equívocos.

La solución fue forrar las paredes de la sala con fotografías con distintostamaños y encuadres, dispersas, mezcladas las de ayer y las de hoy, las viejas y las nuevas. Situaciones más clásicas, más documentales, con otras más experimentales, las primerizas en blanco y negro con las últimas de color. A medida que avanza la cronología, su objetivo se va sumergiendo en una oscuridad cada vez más abrupta.

Cuerpos desnudos, muecas cadavéricas y carne de heroína camboyana. También soldados en la penumbra cisjordana de la segunda Intifada, paisajes derruidos. Todas hablan de la misma violencia del mundo, la urbana, la sexual o la bélica, de día o de noche. El mismo horror. Por eso, explica Escoulen, aunque «el ensamblaje no parecía fácil, sí funciona la comunión».

Relato a dos voces

De las paredes emanan dos voces. Por un lado, la del fotógrafo «que explica como entiende el mundo en el que vive. El de la noche es el único en el que él puede existir. Para él es difícil enfrentarse a ese mundo real, con su violencia. Pero no se tapa los ojos, sino que lo afronta como un torero que entra a matar», dice su mecenas.

Junto a la de Antoine está el grito de sus mujeres, las prostitutas con las que ha compartido su vida, sus amantes, amigas y confidentes, compañeras de herida. «El tema central siguen siendo sus mujeres, victimas de la violencia del mundo. Con las que establece una relación tierna, a pesar de la dureza de las imágenes., las ayuda, con las que se enamora y mantiene relación de amistad», dice.

La serie ‘Ice’, que se expuso hace unos años en Madrid, es una bofetada en la cara. Por explícitas y duras. «La autodestrucción en estas mujeres es una reacción a la violencia que el mundo ejerce sobre ellas», explica el fotógrafo. «Yo tengo la libertad de entrar y salir. Ellas no. Solo tienen la capacidad de sobrevivir con sus medios. Las imágenes son un grito sincero, de denuncia inconsciente, no contra el hombre, sino contra el sistema. Sus palabras salen del silencio», dice.

Una tregua

La exposición descubre a un D’Agata escritor y cineasta. Por primera vez se exponen sus notas, su prosa íntima que apoya esa mirada. Tras el infierno de adicción que vivió en Camboya, estuvo 15 meses sin hacer fotos. Sufrió un bloqueo. La cámara de vídeo le ha ayudó a compensar el vacío que los narcóticos le dejaron y poder avanzar.

«Era una salida de urgencia», explica. No era una elección. La foto condensa la intensidad del momento. El vídeo no está en la accidentalidad del momento, hay otra intensidad y otra verdad, abre otras perspectivas. Su implicación en la fotografía ha sido tan dura que necesitaba el vídeo para poder avanzar.

‘Anticuerpos’ le ha aliviado, pero también agotado. Lleva varios días en París, de librería en librería, de sala en sala, predicando su mensaje. Tras años de evasión permanente, el eterno errante tiene ganas de echar el ancla.

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